10

80 16 18
                                    

Callie

Me gustaba pensar que solía mantener la calma, pero también que tenía un tope, y cuando la llamada número veinte entró en mi teléfono, realmente consideré golpear algo.

Había ignorado cada una de ellas y sus mensajes que sabía que solo me generarían una ansiedad que no necesitaba.

Me encontraba en la biblioteca, en la sala que me gustaba ocupar cuando iba allí y en la que había estado con Devon también cuando el teléfono comenzó a vibrar una vez más.

Cansada, me puse en pie y descolgué.

—¡¿Qué?!

—Ya era hora, maldita mocosa. No es tan difícil responder. He estado tratando de hablar contigo desde hace semanas.

—Deberías haber entendido el mensaje. No quiero oírte. No quiero nada de ti. Lo dejé claro cuando...

—Yo también dejé las cosas claras entonces, y decidiste ignorarlas y huir. Con mi dinero.

—No es tu dinero. No te dejó nada.

—Debería haberlo hecho, sin embargo, te dejó todo a ti. No solo malvendiste la casa, sino que te llevaste todo el dinero. Incluso mi parte.

—Ella no estipuló nada de eso en su testamento. Fue muy clara en que el dinero era para mis estudios.

—¿Tus estudios? ¿Qué mierda me importa a mi eso, niña?

—A ti puede que no, pero la abuela...

—¡Esa vieja estaba senil! Empezó a perder la cabeza cuando tu madre murió y supiste aprovecharte bien de la situación, ¿no es así?

—¡No hables así de ella!

Ni siquiera me di cuenta de que había gritado hasta que la bibliotecaria llamó mi atención.

Sabiendo que no podía quedarme allí ni siquiera cuando colgué dejándole con la palabra en la boca, recogí mis cosas, murmuré una disculpa y me marché.

Sabiendo que no podía quedarme allí ni siquiera cuando colgué dejándole con la palabra en la boca, recogí mis cosas, murmuré una disculpa y me marché

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Devon

El entrenador dio por finalizada la charla después de casi hora y media y yo estaba más que listo para salir de allí e ir a casa.

—¿Te diriges a la biblioteca? —preguntó Cam.

—Sí. Callie me mandó un mensaje diciéndome que ya estaba allí y que la avisara cuando acabara.

Saqué mi teléfono y marqué su número. No llegó a sonar. Saltó directamente al buzón de voz.

Cuando, tras la tercera llamada, la cosa seguía igual, me apresuré a despedirme de mi amigo y corrí hacia la biblioteca.
Tal vez me preocupaba sin motivo, sin embargo, prefería equivocarme a que el dolor que sentía en el pecho fuese el indicativo de que algo no iba bien con ella.

Imperfecto romanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora