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Las antorchas de fuego iluminaban el castillo un año más. El primer día de septiembre siempre era el más especial para todos los alumnos de Hogwarts. Era el momento en el que se reencontraban con sus mejores amigos, volvían a cruzar esos inmensos pasillos y redescubrían sus rincones favoritos del castillo. Y lo que es más importante: podían volver a usar la magia. 

Si había algo más maravilloso que aquello, Ivana aún no lo conocía. Por fin en séptimo año, la chica había llegado apenas dos años atrás desde su ciudad natal, descubriendo demasiado tarde sus poderes. Sin embargo, ningún hechizo se le había resistido hasta el momento. Su vida había dado un giro totalmente inesperado, y nada podía hacerla más feliz. No es que su vida anterior fuera mala, pero por fin todo cobraba sentido ante sus ojos.

Después de tantos desplantes y malentendidos con sus antiguos compañeros, profesores, su propia familia y amigos, podía explicarse por qué sucedían tanto. Ella era la primera bruja en la familia, e iniciaría la dinastía de los Parkinson en la magia con orgullo. 

Caminando por el patio empedrado que daba hacia una de las puertas principales, la muchacha iba dada del brazo de su mejor amigo. Ominis Gaunt lo había sido todo para ella estos últimos dos años. No conocía a persona más honorable y buena que él, le debía mucho. Su amistad se había ido construyendo poco a poco, a lo largo de los meses, y se había fortalecido mucho el último año, cuando ambos pasaron a sexto curso.

—Otra vez aquí— suspiró el chico, agarrándose bien a su brazo mientras con el otro sujetaba la varita por encima de su hombro—. ¿Por qué tengo la sensación de que este curso me va a costar menos que el anterior? 

—Porque el anterior apenas salíamos de la biblioteca o de la sala de estudio y nuestra vida social fue nula —se carcajeó ella.

—Eres muy graciosa, ¿lo sabías? Tu capacidad para hacer humor es algo admirable.

—Ominis, me lo prometiste —le dio un leve tirón.

—Está bien —resopló—, intentaré salir más. Mi problema no es ese, es solo que...

—Escucha, te quiero tal y como eres, pero no es sano que estés todo el día metido en tu cuarto sin hacer nada. Ya el año pasado tuviste problemas por ser un prefecto demasiado estricto. A veces socializar es...

—...Y a veces no es buena idea.


El muchacho se detuvo en seco, dejando que el resto de alumnos avanzaran a su lado. Ivana notó el tono de seriedad de su amigo, y no pudo evitar bajar la cabeza, un tanto avergonzada.

—Si las miradas mataran...

—Muy graciosa, primera vez en el curso y ni siquiera hemos entrado en el Gran Comedor. Te voy a poner un contador este año. 

—Perdón, pero es que no lo puedo evitar. La confianza da asco —le sonrió, estrujando su brazo de forma cariñosa a lo que este contesto con una fea mueca.


A lo lejos, una voz aguda se alzó entre la multitud. A pesar de no poder visualizar más allá debido al gran tumulto de gente, un fino brazo se alzó entre las cabezas. Ivana agudizó la vista, intentando adivinar de quién se trataba. Al ver un pequeño resquicio amarillo, abrió los ojos de golpe.

—¡Es Poppy! Ven, Ominis, vayamos a saludar.

—Así nunca llegaremos a la ceremonia —se quejó al ser arrastrado por su amiga entre todas las capas negras de los estudiantes con los colores de cada casa.


Su amiga Poppy, de Hufflepuff, era tan bajita que apenas se la podía ver con tanto estudiante. Su cabeza llegaba a los hombros de la mayoría de los de su curso. Cuando llegaron a ella, sugirieron ir a un lugar más apartado para poder hablar mejor. Entrando por la gran puerta, encontraron un hueco en las escaleras de bajada, al lado de la noble estatua del arquitecto que construyó el castillo junto con Rowena Ravenclaw. 

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora