XXI

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1 de abril de 1890


Recibo una lechuza muy preocupante de Ominis, y cuando la leo me espero lo peor. Algo dentro de mis entrañas comienza a moverse, inquieto. Es como un mal presentimiento. Me cita en las catacumbas, y cuando llego están allí Anne y él. Parecen totalmente preocupados, y yo me temo lo peor.

Intento recuperar el aliento mientras escucho su conversación. Es de noche, y hace una agradable brisa, doy gracias a Merlín porque no llueva ni haga mal tiempo. Anne me mira mientras comienzo a respirar con normalidad de nuevo, y después se vuelve hacia Ominis.

—Sebastian ha ido demasiado lejos. Viste lo que hay en las catacumbas: no puedo quedarme —dice con pesar.

—No, espera, Anne —insiste Ominis, y veo en su expresión que se siene entre la espada y la pared.

—Ominis... estaba dispuesto a poner en peligro a la aldea y a sí mismo con la esperanza de que una vieja reliquia pudiera curarme —baja su mirada al suelo—. Lo lamento. Asegúrate de que esté bien, ¿vale?



Anne me mira de nuevo, y con pesar nos deja a ambos a nuestra merced. No la culpo, con su maldición puede estar poco tiempo de pie y sin sufrir. Suspiro, y me vuelvo hacia Ominis. Noto cómo juega con sus manos. Está más nervioso que de costumbre. Algo me dice que lo que pasa es serio de verdad.

—Me alegra verte aquí.

—Recibí tu lechuza. ¿Dónde está Sebastian?

—Dentro de las catacumbas —le tiembla la voz—. Me sorprendió que no estuvieses con él.



Para ser sincera, a mí también me sorprende que no me haya avisado de algo así.

—Ominis...

—Para —protesta—. Juraste que no dejarías que Sebastian diese este paso, pero aquí estamos.

—No entra en razón —digo desesperada, él suspira.

—Debería haberlo detenido antes. Sebastian está metido en un buen lío. Voy a volver a las catacumbas a buscarlo. Anne tiene razón: está en peligro él y toda la aldea. Esto está infestado de inferi.


Mis ojos se abren como nunca. No había caído en que Sebastian está ahí solo, rodeado de inferi, y nadie que pueda ayudarlo a detenerlos. Me rasco la muñeca con nerviosismo y trago saliva. Me espero lo peor.

—Debemos darnos prisa —apremia Ominis.



Con prisa, Ominis y yo nos adentramos en las catacumbas. Están húmedas, frías y oscuras, como la última vez. No se oye ni un murmullo, y eso es raro. Las paredes retumban, digo yo que si alguien estuviese dentro se escucharía el eco de su voz. Eso... si quedase alguien vivo para hablar.

—La última vez que estuvimos aquí, estaba todo plagado de arañas —comento según avanzamos por los sinuosos pasillo.

—Lo peor está por venir —resopla él—. Busquemos a Sebastian, rápido.

—¿Dónde estaba cuando Anne y tú lo encontrasteis? —pregunto curiosa.

—Ahí delante, en la Gran Sala.



Justo cuando termina de hablar surge detrás de él un inferi. Intento avisarle, pero es muy tarde, así que opto por lanzarle una llamarada sin pensarlo dos veces. Cuando me quiero dar cuenta estamos rodeados. A pesar de que es fácil deshacernos de ellos, son demasiados. No entiendo cómo es posible que haya tantos, cuando el día que fui con Sebastian solo había arañas y unos cuantos esqueletos en las tumbas.

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora