VI

434 38 8
                                    

29 de septiembre de 1890


—Te has colado en la Sección Prohibida... ¡otra vez!



La chillona voz de la señora Scribner me alerta. Estoy a punto de caerme de bruces en medio de un pasillo cuando por fin consigo guardar el equilibrio y esconderme bien. Sebastian y yo estábamos en una inspección muy minuciosa en la biblioteca por la noche cuando nos hemos visto obligados a separarnos, y le había perdido hasta que he escuchado esa frase.

Sebastian me ha contado que quiere encontrar una cura para su hermana Anne. No me imagino lo que es que todo el mundo a tu alrededor se rinda y no quiera seguir ayudando a salvar a una de las personas que más quieres en el mundo. Me compadezco de él.

A su vez, cuando me ha dejado sola he visto un recuerdo que no logro entender bien del todo. Es como si esa chica, Isidora, se pareciera sospechosamente a mí. Me veo reflejada en ese recuerdo que he encontrado, es como si me estuvieran mostrando que hay más gente como yo. Personas sensibles a ver los vestigios de magia antigua. Pero, ¿por qué?

Me agacho por fin y encuentro la postura perfecta para ver lo que pasa. La señora Scribner ha cazado a Sebastian. Me siento culpable, fui yo quien le pidió venir aquí. Deberíamos ser ambos quienes carguemos con la culpa. Sin embargo fue él quien me prometió que no me delataría, aunque no sé si puedo fiarme aún de alguien a quien acabo de conocer. Y menos un mago, he podido comprobar que su gran mayoría son orgullosos y muy cabezotas.

—No has superado aún estas travesuras... Está claro que los castigos no sirven. Me temo que debo dar parte al director.

—Pero...

—Dicho esto, Peeves me informa de que esta noche no has venido solo. Si te han obligado, te pido que me lo digas. Eres brillante. Aprovéchalo.



La señora Scribner tiene razón. Veo los ojos de Sebastian dudar. Agacha la cabeza y me temo lo peor, con toda la razón del mundo por otro lado. Merecería ser castigada como él, a pesar de que el profesor Fig haya sido quien me haya insistido para descubrir qué era lo que marcaba el mapa que nos llevaba hasta la Sección Prohibida. Sebastian se hincha como un pavo real y anuncia:

—No había nadie más. He venido solo.



No puedo evitar abrir la boca. Se me encoge el corazón. Iba en serio aquello que dijo. De pronto siento que Sebastian es un buen amigo, y que Anne tiene suerte de tener un hermano como él. Peeves aprovecha para hacerle una carantoña mientras la señora Scribner niega, decepcionada.

—Ay, Sebastian. ¿Qué va a decir tu tío?



Me siento fatal. Veo cómo todos abandonan la biblioteca, y sé que tengo que salir corriendo. Debo compensar a Pecas tarde o temprano por haberme librado de un castigo. Se lo merece.


Estoy un poco harta de que todos en este colegio me pregunten si tengo habilidad para hacer las cosas o simplemente es suerte. El profesor Sharp, un señor aparentemente serio, resulta muy difícil de sorprender. Sin embargo parece que ha quedado muy satisfecho con la poción herbovitalizante que he hecho. Si es así, ¿por qué al mandarme a por ingredientes a su despacho me ha tratado con tanta sospecha? Ni que fuera a hacer trampas delante de sus narices.

Estoy yendo de mala gana hacia la puerta cuando noto un carraspeo detrás de mí. Al principio pienso que es Sebastian, pero cuando me doy la vuelta veo en frente de mí a otro chico. También es pecoso, pero es rubio, tirando a pelirrojo. Tiene los ojos verdes, y es un poco más alto. Miro su túnica. Creo que es el segundo Gryffindor con el que hablo, a excepción de Natsai, una chica muy maja. Me sorprende que me llame de la nada.

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora