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Me encuentro en clase de Encantamientos. Poppy a mi lado, Sebastian en la fila de en frente. Me odio a mí misma, pero no puedo apartar la vista de él. Está concentrado escribiendo lo que dicta el profesor Ronen. Miro su nariz, sus pestañas, sus pecas, sus manos. Trago saliva. Detesto estar tan concentrada en las venas de sus antebrazos, visibles por tener la camisa remangada.

Recuerdo cómo me hacía sentir el estar cerca de él. Cómo, según iba pasando el tiempo a su alrededor, su fragancia era la única que esperaba oler a lo largo del día. La cantidad de veces que me había imaginado a él dando un paso hacia delante y diciéndome todo lo que sentía por mí. O cómo sería que sus labios hubieran rozado mi cuello, mi oreja o mis labios.

Sacudo la cabeza. Me niego. Estoy haciendo un ridículo espantoso. Miro a Poppy, está enfrascada en la lección también. Soy incapaz de concentrarme. Detesto esto.

Termina la clase, y sé que no he hecho nada y necesito un Extraordinario en Encantamientos si quiero dedicarme a algo que valga la pena al salir de aquí. Ruedo los ojos, estoy perdiendo el tiempo otra vez. Recojo mis cosas y me dispongo a salir. Noto el aliento de alguien en mi oído, y hace que se me pongan los pelos como escarpias. Me agarra el codo para detenerme.

—Primero dices que no quieres que seamos amigos y luego te pasas toda la clase mirándome. ¿En qué quedamos?



Me doy la vuelta, y cuando lo miro es como si estuviera teniendo una reminiscencia sobre cómo era estar con él. Sé que mis mejillas están rojas, pero aún tengo tiempo de fingir que es de ira. Me observa, muy seguro de sí mismo, y se cruza de brazos.

—Debes estar ciego, porque yo he estado toda la clase tomando apuntes.



Mis palabras suenan muy seguras, pero en seguida voy a rascarme la muñeca. Sin apartar la vista de mis ojos, intercepta mi mano e impide que me rasque. Arquea las cejas y sonríe.

—Claro que sí, por eso tienes tu famoso tick nervioso.

—Te crees muy listo...

—Lo soy. ¿Cómo si no me he saltado un curso y he podido entrar en séptimo?

—Te recuerdo que yo me salté cuatro y nadie me dio un premio por ello.

—Yo te hubiera dado uno cada día desde derrotaste a aquel trol en frente de mis narices y me dejaste sin aliento.


Mi lengua se enreda. Me estudia detenidamente. Quiere ver qué reacción tiene en mí su flirteo absurdo. Ya he vivido esto, nos tiramos un año entero así. Y luego nunca pasó nada. Le odio por ello, y él lo sabe. Siempre dio por seguro que yo estaría a su lado y me tendría hasta el fin de los días, pero las cosas cambian. Me pregunto si él también se odia por no dar el paso. Porque Merlín sabe que él quería darlo.

Allí, en medio del pasillo, tengo miedo de que me flaqueen las piernas y haga el ridículo delante de él. Por ello sonrío fríamente y me río en su cara con indiferencia.

—A veces no recibes premios por las cosas que te has ganado. A veces solo recibes desprecio y abandono.

—Puedes estar todo lo enfadada que quieras conmigo —me sonríe, muy cerca, demasiado en mi opinión—, pero te jode. Te jode estar tan cabreada que no puedes ni siquiera fingir que no me has echado de menos ni un poquito. Porque sino te daría igual que hubiera vuelto. Y no es así.

—Claro que es así —me apresuro a decir.

—Si fuera así no querrías que viera a toda costa todas tus caras de desprecio hacia mí. Quieres que sea consciente de que lo he hecho fatal, quieres castigarme.



Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora