XXVIII

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2 de abril de 1890


El aire azota mi cara mientras monto en la escoba camino a Feldcroft. Hace un atardecer anaranjado. En mi cultura, se dice que los atardeceres se vuelven cálidos cuando ese día se ha vertido sangre. Niego con pesar y acelero en mi escoba.

Tengo que encontrar a Anne antes de que haga una locura. Si delata a Sebastian antes de que yo pueda hacer nada, estamos perdidos. Solo quiero llegar a un entendimiento con ella, después de escuchar sus motivos, quién sabe si lo mismo me convence. O si, por el contrario, yo la convenzo a ella con mi contraoferta.

¿Sería capaz de delatar a Sebastian? ¿De vivir sin él? Quizá es egoísmo lo que habla por mí, pero no creo que pudiera soportarlo ni un día. Su presencia en mi vida se ha hecho tan necesaria que ahora mismo para mí su equivalente es el oxígeno. No me veo capaz, pero estoy dispuesta a escuchar a Anne.

Aterrizo en Feldcroft, y aparco mi escoba en el escobero de la entrada de los Sallow. Me armo de valor antes de entrar. Las únicas veces que he estado en esa casa ha sido bajo supervisión de Solomon. Verla tan vacía va a ser un tanto chocante para mí. No me quiero imaginar para Sebastian y para Anne.

Abro la puerta con mucho cuidado, y allí encuentro a Anne haciendo a toda prisa la maleta. Cierro la puerta con la suficiente fuerza como para que me mire. Está asustada, y tiene lágrimas secas en sus mejillas. Parece fuera de sí.

—¿Qué haces aquí? —me increpa—. Si has venido a decirme que no delate a mi hermano...

—He venido porque estoy preocupada. He venido a escucharte y a que tú me escuches a mí —me acerco a ella—. No todo tiene que terminar mal, Anne.

—¿En serio me dices esto? —deja sus cosas a un lado—. Ya ha terminado mal, ¡fatal! Me voy antes de hacer una locura y arrepentirme.


De repente observo las cosas y me doy cuenta. Frunzo el ceño.

—¿Te vas de casa...?

—No quiero ver a Sebastian en mucho tiempo, quizá para siempre —dice dolida—. Y sé que, si me quedo aquí, intentará persuadirme de alguna manera. Dirá que lo hizo en defensa propia, o para salvarme a mí.

—Es que lo hizo para...

—¡¡Eso son solo excusas!! —rompe a llorar—. ¡Lo que hizo fue una abominación! Y no creo que se lo pueda perdonar nunca. ¿Tú podrías?


Me detengo un momento a pensarlo mientras la miro. Jamás la había visto tan afectada. Adora a su hermano, pero esto ha acabado por partirle el corazón.

—Supongo que no... —musito.


Ella asiente amargamente, y después se vuelve de nuevo hacia su equipaje. Un destello de magia antigua en el suelo llama mi atención por un momento. Entrecierro los ojos, concentrada.

—No voy a intentar convencerte de que lo perdones, Anne —comienzo—. Pero creo que sé cómo ayudarte. Cómo dejar todo ese dolor atrás.


Se detiene en seco. Sus hombros se tensan. No se quiere volver hacia mí, y lo entiendo perfectamente. Está cansada, agotada, solo quiere irse de una vez y yo la estoy entreteniendo.

—Todo eso ya lo he oído antes. Eres igual que mi hermano, no sabes rendirte aunque se te diga mil veces que lo hagas.

—Eso solo demuestra que Sebastian está dispuesto a remover cielo y tierra para que sigas a su lado, ¿no crees?

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora