XXIV

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15 de abril de 1892

El sábado decido llevar a Sebastian a practicar con el Señor de la Costa. Ha vuelto a enfrascarse en los dichosos libros, y no suelta el Necronomicón ni para ir al baño. Según él está haciendo grandes progresos, pero... En fin, es cuestión de tiempo que se dé cuenta de que aquello es igual de inviable que la reliquia.

A veces me cuelo en el Scriptorium para encontrármelo con mil calderos, un humo que no me deja ver más allá de mi nariz y luces verdes por todas partes. No me gusta nada el aspecto que está tomando esa sala ahora que se ha puesto a hacer de las suyas de nuevo. Es como si el ambiente se hubiera vuelto... sombrío. Es decir, más de lo habitual.

Y él no mejora su humor. Conmigo está encantador, pero con el resto del mundo mantiene la cara larga y una actitud seria y borde constante. No es que nadie le haga nada en particular, pero es como si todo le molestara. Tengo la teoría de que la magia oscura afecta también al estado de ánimo y al humor. Razón extra por la cual quiero que se separe de todo ese mundo lo antes posible.

Es inútil decirle nada, porque no atiende a razones. Así que prefiero distraerle todo lo que puedo con actividades como esta, o ya puestos, con mi propio cuerpo si es preciso. Nos hemos alejado un poco para no llamar la atención y hemos ido al valle de Hogsmeade, a una parte tan cercana al Bosque Prohibido que nadie en su sano juicio merodearía por ahí. Si nosotros lo hacemos es porque vamos custodiados por un graphorn enorme, básicamente.

—¿Has pensado ya cómo vas a llamarlo? —me pregunta Sebastian llevando mi trincasaco a los hombros.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, el Señor de la Costa es un nombre glorioso, y todo lo que tú quieras, pero... —se encoge de hombros—. ¿Cómo lo usas? Señor de la Costa, tráeme mis zapatillas. ¡Muy bien hecho, Señor de la Costa! —me imita en un tono agudo y ñoño.

—No es un perro —ruedo los ojos—. ¿Acaso sabes a lo que te vas a enfrentar?

—Sí, a un bicho enorme y con mala leche. Pero prácticamente lo tienes domesticado, es como tu mascota. No puedes seguir llamándolo así, piensa un nombre, por Merlín.



Me paro un momento a pensar mientras subimos la colina. A lo mejor tiene razón. ¿Qué nombre podría pegarle a un animal fantástico tan grande?

—¿Qué te parece Brutus? —sugiero.

—Me suena a que es tonto —dice mientras escala.

—Está bien —suspiro, alanzando la cima—. ¿Y Bonifacio? Tiene cara de Bonifacio.



Cuando Sebastian llega a la cima me mira con cara de decir "¿En serio?" y unos ojos cargados de incredulidad. Yo solo sonrío inocentemente. Deja la bolsa derrotado en el suelo y comienza a caminar hacia mí.

—Recuérdame que cuando tengamos hijos les ponga yo el nombre.



El estómago se me entumece según lo dice, y los ojos parece que se me vayan a salir de las órbitas. En cuanto se da cuenta de lo que él mismo acaba de decir, es el primero en ponerse rojo como un tomate y darse la vuelta para ir a por el trincasaco De repente la muñeca me pica una barbaridad.

—No quería decir... No al menos de esa manera —se excusa de espaldas a mí.



Trago saliva y cierro los ojos con pesar. Me acerco a donde está él y poso una mano en su hombro. Él se tensa ante mi contacto.

—Seb... Sabes que lo más probable es que no llegue viva hasta ese momento, ¿verdad? Y aunque así fuera, mi cuerpo está demasiado débil como para soportar un...

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora