XVI

334 31 9
                                    

15 de febrero de 1890


—¿Qué mosca te ha picado? —pregunto totalmente cabreada.


Sebastian suspira acercándose a mí mientras se limpia el pantalón, lleno de sangre. Estamos en medio de unas minas cerca de la montaña.  Se está comportando como un completo idiota, y sin venir a cuento ha echado a perder nuestro factor sorpresa por ponerse en modo gallito y decidir atacar por su propia cuenta. Desde luego ese no era el plan que habíamos hablado hace cinco minutos.

—Estaba pensando en duendes muertos —dice con un aire desenfadado que consigue enervarme aún más.

—Casi consigues que nos maten —protesto mirándolo a los ojos.

—Pero no pasó. 


Es como si le quitara importancia a mis palabras o sentimientos. Hace escasos diez minutos me ha acusado de no darle la suficiente importancia al problema que tiene Anne como para preguntarle a Fitzgerald sobre Isidora y su magia. A veces me pregunto si hago algo lo suficientemente a derechas en su opinión, o todo lo que cometo son errores.

—Parece que los seguidores de Ranrok iban hacia arriba por el camino —comenta de la manera más normal del mundo.

—Sigamos adelante —intento quitarle importancia a lo sucedido.


Según andamos me pregunto si Sebastian se encuentra molesto por algo más. Desde hace semanas se comporta extraño, más infeliz, más apagado. Como si se le hubiese olvidado lo que es la felicidad. Estoy verdaderamente preocupada por él. Lo miro, y él me mira de reojo.

Andamos durante un buen rato, hasta que llegamos a una gruta custodiada por un campamento. Afortunadamente no hay duendes a la vista, lo que nos deja margen para inspeccionar mejor todo aquello. Me apresuro a mirar una mesa llena de documentos, cuando me doy cuenta de que Sebastian está casi en el gran arco de piedra de la entrada a la cueva.

—Será aquí —vocifera enérgico.

—Sebastian..., espera —me apresuro a coger todos los pergaminos que puedo e ir a su encuentro para detenerle.

—¿Esperar a qué? —pregunta molesto—. Oh, ¿por qué eres tan prudente de repente?

—Escúchame: sé que estás furioso y frustrado, pero actuar sin pensar podría deshacer todo lo que hemos conseguido. Lodgok dijo...

—Ah, ¿tu amigo el duende? —se cruza de brazos, mirándome por encima del hombro.


Mis mejillas se ponen rojas. Me pica la mano, y siento unas irremediables ganas de darle una bofetada. Pero me contengo. Cierro los ojos.

—Para. Ya basta. No todos los duendes son como Ranrok —intento respirar y contener mi rabia para no alterar más la situación—. No estoy contra ti. Queremos lo mismo: encontrar respuestas.

Sebastian me mira un buen rato, y bajando la cabeza, susurra más para sí mismo que para mí:

—Pensé que queríamos lo mismo...

—Es así —insisto—. Escucha, Lodgok sabe cosas de Ranrok que nosotros desconocemos. Me dijo que, de algún modo, Ranrok sabe de los Guardianes y está registrando sitios relacionados con cada uno. Por eso siempre parecen ir un paso por delante. Sé lo que me hago. Debes confiar en mí, o no creo que podamos continuar colaborando.

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora