IV

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Después del entrenamiento, entro corriendo en cuanto puedo al castillo. Camino nerviosa y me muerdo los carrillos de las mejillas sin parar. Soy incapaz de concentrarme en nada ahora mismo, y eso me frustra.

Al pasar por el Gran Comedor me doy cuenta de que el Cáliz de Fuego ya está instalado. Me detengo por un momento y decido entrar. Hay algo en su fuego azul que me hace quedarme embobada mirándolo. Titilea, pero a la vez es poderoso y calmado. Podría estar mirándolo horas y horas.

Entonces me detengo a mirar a mi alrededor. Alumnos pequeños miran el cáliz con veneración. Quieren participar, se lo noto en la cara. Aunque pudiera hacerlo, jamás metería mi nombre en esa cosa. No se me ocurriría intentar destrozar mi vida por la eterna gloria. Solo un inconsciente haría algo así. Claro que yo pienso así ahora, en quinto me hubiera metido de cabeza dentro de las llamas azules si me hubieran dejado. Me creía muy valiente, como si nada pudiera pasarme.

Comparo a la Ivana de hace dos años con la de ahora y me veo amargada. Apenas salgo por lo que pudiera pasar, y soy mucho más prudente que antes. Echo de menos los tiempos en los que parecía que me podía enfrentar a mil criaturas infames y no me pasaría nada. Qué equivocada estaba.

Al otro lado del Gran Comedor veo a Garreth con Natty y Leander. No me asombro cuando veo que los dos últimos echan su nombre dentro del cáliz. Ruedo los ojos, ya le echaré la bronca luego a Natsai por semejante imprudencia. Garreth los observa divertido. Es inteligente y sensato, jamás se le ocurriría jugarse la vida. Aprecia demasiado la vida tranquila y a los suyos como para perseguir la fama y fortuna que le pueda ofrecer ganar ese torneo. Mejor así, lo quiero vivo.

Siento que tengo que ir a hablar con él, y este parece un buen momento. Me he calmado por fin, y parece que pienso con la cabeza de nuevo y no con las tripas. Estoy decidida a acercarme cuando un brazo me detiene, cogiendo el mío. Miro a mi izquierda y veo a Anne. Qué cambiada está. Su piel ha recuperado el color, y el pelo le brilla mucho más. Sonríe. Pocas veces la había visto sonreír hasta ahora.

—Hola, Iv.

—¿Qué tal, Anne? —le sonrío de vuelta. El problema lo tengo con su hermano, no con ella.

—Bien, estoy... bien, la verdad.

—Me alegra oír eso —y lo digo con sinceridad.



Ahí atrás, cuando Anne estaba peor, recuerdo pasar tardes enteras con ella y Sebastian en su casa, intentando que se sintiera un poco mejor y el dolor remitiera a base de risas. Nunca fui muy cercana a ella, pero le guardo mucho aprecio, y sé que es mutuo. Ambas teníamos a la misma persona especial en mente, y creo que eso une mucho.

—¿Tú cómo estás?

—¿Yo? Bueno, bien. He pasado un buen sexto curso el año pasado —se me instala mi sonrisa de cortesía e intento cambiar de tema—. ¿Vas a participar? Ahora que...

—Ni loca —niega rápidamente—. No vuelvo a jugarme la vida nunca más si no es necesario —intenta sonar divertida, pero sé que hay miedo en sus palabras.

—Te entiendo —asiento mirando al cáliz embobada—. Anne, necesito preguntarte algo, y quiero que me digas la verdad.

—La verdad es que yo también quería hablar contigo por lo mismo... —confiesa— Tú primero.

—¿Le has contado algo a Sebastian?



La miro detenidamente. Sé que estoy seria, quizá demasiado, pero es mi vida y no pienso guardar ningún reparo en protegerla a toda costa. Ella me mira, y veo que no tiene miedo a mi pregunta, pero sí noto desacuerdo.

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora