XVII

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23 de febrero de 1890


—Esta es la clase de sala donde me gustaría que me enterrasen.

—¿Rodeado de grandeza? —alzo las cejas.

—Grandeza para dar y tomar —me sonríe—. Hasta hay un altar con huesos. Qué bonito.


Sebastian y yo hemos venido a unas catacumbas cerca de Feldcroft. Me ha contado que un alumno de Slytherin hizo un trabajo de campo donde hablaba de una reliquia que se encontraba en estas catacumbas. Según el trabajo, esa reliquia tiene el poder de deshacer maldiciones de magia oscura. Y como no dejaron que ningún alumno se llevase nada en la visita, técnicamente debería seguir en su sitio.

El lugar está húmedo, lleno de arañas y huele a pis de gnomo. Sin embargo, con las antorchas encendiéndose a nuestro paso, es como si Sebastian se sintiera en casa. Pasamos por mil salas, apilando huesos y haciendo chistes malos sobre ello. Según avanzamos hay más y más arañas, lo que me hace reír al recordar que Pecas creía que eran insectos. "No empieces", dijo rodando los ojos mientras reía. 

Al inspeccionar la última sala (llena de cadáveres de arañas), vemos que no hay salida ninguna. Sebastian se desespera, pero por fin veo una figura piramidal apoyada en una mesa. 


"La reliquia posee un gran potencial. Sus posibilidades no solo podrían beneficiar a la comunidad mágica, sino al mundo entero. Pero el sacrificio oscuro que exige para alcanzar su propósito podría ser demasiado grande. Hasta que sepamos algo más, no toques la reliquia."


Con premura me apresuro a ver si hemos tenido suerte, cuando veo una nota a su lado. Si bien advierte de no tocarla, mi alegría es tal que soy la primera en cogerla, y con una sonrisa gritar:

—¡Sebastian, la reliquia, mira! 


Él se da la vuelta, y a pasos agigantados viene hacia donde estoy yo:

—¿Es posible? —la examina detenidamente junto a la nota —. No puedo creerlo. ¡La hemos encontrado!

—¿Qué crees que significa "el oscuro sacrificio necesario para conseguir el potencial de la reliquia"? —me apresuro a señalar las palabras de la nota.

—No tengo ni idea —se encoge de hombros—, pero venimos aquí a por ella.


Me detengo a mirarlo. Observa la pequeña pirámide con los ojos salidos de las órbitas y una sonrisa enorme. Un escalofrío me recorre la espalda. Miro de nuevo el papel y me muerdo el labio:

—La nota aconseja dejar la reliquia en paz.


Él apenas me mira, sigue sonriendo. Un tanto molesto, apunta:

—En serio, teníamos que encontrar esto. Por el bien de Anne —finalmente me mira, decidido—. Pienso hacerlo. Vamos a Feldcroft.


Suspiro, y arrastrando los pies con pesar lo sigo. Él camina por delante, hasta que lo veo detenerse en mitad de la sala. Frunzo el ceño, confundida. No es hasta que no veo la tercera figura que se encuentra en estas catacumbas que entiendo por qué se ha detenido.

—¿Ese es... Ominis?


Abro los ojos y trago saliva. Nos espera una buena, y sé que Sebastian no atenderá a razones, así que tendré que ser yo la que se trague la bronca. Como si fuéramos dos niños pequeños nos acercamos hacia él, esperando la evidente charla que nos va a echar.

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora