XIX

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POV: Sebastian

23 de marzo de 1892


Hace un frío del carajo. 

Cada mañana que me despierto me cuesta más abrir los ojos y salir de la cama. Es como si el simple hecho de tener que desvestirme y ponerme el uniforme me costase la vida. Meterme en la ducha es incluso aún peor. No hablemos de ir a desayunar. Sin mencionar las clases. Y después las horas libres para practicar en la Bóveda. Tan silenciosa y vacía...

Me levanto duro, me hago una paja en la ducha, me visto para ir a desayunar y ya estoy duro de nuevo. Diría que cuando la veo todo dentro de mí cambia, pero es mentira. Ya la imagino a mi lado a todo momento, y da igual si estoy solo o rodeado de personas, siempre acabo pensando en ella. Desnuda, en mis brazos. Suplicándome más. 

Sé que debería estar centrado en cualquier otra cosa, y más teniendo en cuenta que mi vida ahora mismo corre un peligro real. Pero soy incapaz. En mi cabeza suenan pajaritos hasta que alguien menciona su nombre, o se refiere a ella de alguna manera. Todo esto empezó poco a poco, y ahora no sé siquiera cómo parar.

Siempre he sentido que mis pensamientos eran inadecuados, desde pequeño. Igual que los de mi padre. Mamá me dijo que no intentara seguir sus pasos, quizá debería haber seguido su consejo. Me doy cuenta de ello porque me siento retorcido, enrevesado, complicado. Solo cuando pierdo todo es cuando lo echo de menos.

Bueno, salvo esta vez. Nunca había deseado tanto que algo no se acabase. Creo que es la primera vez que me permito sentir... algo. Y no me refiero al sentimiento de amor que siento por Anne o por Ominis, y la manera obsesiva que tenía de cuidarlos y protegerlos. Esto supera cualquier barrera antes mencionada. 

Me refiero a sentir una conexión superior con alguien, casi como si estuviéramos atados por el destino. Si ella se aleja, yo siempre encontraré alguna manera de volver a ella, y viceversa. O eso era lo que yo pensaba. Creía que para los dos era igual.

Admito que al principio... solo quería poseerla. De una manera primitiva. Me duele decirlo, pero era como si en quinto fuera mi juguete preferido. Alguien nuevo con quien jugar. Era distinta a los demás por aquello de la magia antigua. Lo que no sabía es que en realidad era distinta por mucho más.

Nunca nadie me había hecho sentir tan vivo, tan aceptado. Tan... querido. Era como si mis errores no le asustaran tanto como al resto. Se supone que yo debía ser brillante, pero me trunqué por el camino. Asusté a mi hermana, asusté a Ominis. Pero ella se quedó a mi lado. ¿Y qué hice yo? Apartarla de mí.

No tenéis ni idea del tiempo que he tardado en poder perdonarme todos los errores que cometí cuando tenía quince años. Vivir en la calle, sin provisiones, me enseñó mucho. Me di cuenta de cuánto vale una familia. Como si no lo supiera ya, después de haber perdido a papá y a mamá. Quise aferrarme a Anne a toda costa, y aunque no me arrepiento, abandoné a mi otra familia. 

El tío Solomon lo hizo lo mejor que pudo, pero Ivana y Ominis... Ellos me abrieron sus brazos y me aceptaron tal y como era. Tan retorcido y complicado como el tronco de un árbol. Y lo cierto es que formábamos el trío perfecto. Lo eché todo a perder. 

Alejar a Ominis de mi lado tal vez haya sido el mayor error que he cometido en mi vida. Pero sé que alejarme a mí de Ivana es el mayor que cometerá ella en la suya. Por primera vez en mi vida me estaba abriendo, estaba averiguando cómo era yo enamorado. Debí espantarla al declararme tan abiertamente y de esa manera. Pensaba que estábamos en la misma sintonía. Soy un iluso.

Salgo de las duchas del campo de quidditch (por fin no erecto) mientras me seco el pelo con una toalla y escucho por el pasillo a Imelda hablar con alguien. Agudizando el oído y escondiéndome detrás de una de las columnas de madera distingo entonces la voz de Ivana. Mi corazón da un vuelco.

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora