XXIII

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1 de abril de 1890


Cuando me quiero dar cuenta estoy rodeada por una multitud de inferi demasiado numerosa para mí sola. Empiezo a agobiarme, pero todo se paraliza cuando veo a Sebastian demasiado ensañado con su tío. Observo cómo ataca y Solomon se defiende, y siento como si todo fuera a cámara lenta delante de mis ojos.

—No puedes curarla, Sebastian. Déjalo ya —protesta su tío desviando un hechizo.

—¡No dejaré que sufra! —vocifera, fuera de sí mismo— ¡Avada Kedavra!


Un destello de luz verde sale disparado hacia el cuerpo de Solomon Sallow, ahora inerte en el suelo. Se me corta la respiración de repente. No soy consciente de lo que ha pasado hasta segundos después, que miro a Sebastian. Está pálido, y no se ha movido de su sitio. La varita se resbala por su mano y cae al suelo mientras él la mira, consternado. 

Cuando quiero reaccionar, ir a su lado y comprender lo que pasa, escucho al otro de la sala.

—¡Depulso!


El cuerpo de Sebastian sale disparado inmediatamente, chocando con la pared. En seguida corro a su lado para asegurarme de que está bien. Cuando me agacho veo a Anne en medio de la sala, observando el cuerpo de su tío horrorizada. Observa a los inferi a nuestro alrededor, y con una rabia que no había presenciado en ella hasta ahora, vocifera:

—¡Incendio!


El poder de su hechizo es tal, que todos los inferi salen ardiendo sin poder evitarlo. Una nube de cenizas y polvo corre en el aire, y los gritos de los inferi inundan la habitación. Anne se agacha desolada a observar el cuerpo de su tío, y yo miro a Sebastian. Nunca lo he visto tan destrozado, desesperanzado y arrepentido. 

Anne se levanta con los ojos llenos de furia, algo que sin duda nos hiela la sangre. Dirige su varita en dirección al libro de la reliquia, y sin pensarlo dos veces grita:

—¡Bombarda!


En ese momento, Sebastian lucha por incorporarse inmediatamente, impotente. Le detengo, antes de que logre hacer alguna locura. 

—¡NO! —chilla, completamente desolado.

—Has tomado tu decisión... —musita Anne, dolida.



Antes de que nos demos cuenta Anne y el cuerpo de Solomon han desaparecido de la catacumba. Una pequeña lágrima resbala por mi mejilla. Intento cogerle la mano a Sebastian para reconfortarle, pero él es incapaz de agarrármela, o no quiere. 

—Anne... ¿Pero qué has hecho? 


La forma en la que lo dice... Parece molesto, pero no con la situación, si no con la decisión de su hermana. ¿Es que... no se arrepiente de lo que acaba de suceder? Creo que no está procesando bien la información, pero... acaba de matar a su tío. Nada volverá a ser como antes.



11 de abril de 1892


A la mañana siguiente estoy agotada. No he dormido nada en toda la noche. La primera parte porque me agoté gracias a la maldita bestia que tengo dentro. La segunda porque estaba preocupada por Sebastian, y lo que pudiera hacer. 

Antichrist || Sebastian SallowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora