2 ; el odio

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124 d.C.


La reina Alicent odiaba muchas cosas. Odiaba la impuntualidad, el estar desarreglada, el color rojo. La reina odiaba muchas cosas, pero lo que más odiaba en el mundo era a Rhaenyra, y los bastardos que había entregado en vida. 

Una vez, en un tiempo muy lejano a este, habían sido amigas. Habían recorrido los pasillos en busca de los aposentos de la madre de Rhaenyra tomadas de la mano mientras reían con las mejillas rojas, y ahora Alicent recorría esos mismos pasillos junto a su escudo juramentado para llegar a su propia habitación. 

Ahora eran extrañas en cuerpos adultos. Ambas habían crecido, ambas eran madres ahora. Alicent estaba casada con el rey, y Rhaenyra era la heredera de tal. 

Era graciosa como eran dos lados de una misma moneda: las dos habían tenido cuatro hijos, pero Alicent se sentía enjaulada entre niños que había sido obligada a tener, y Rhaenyra estaba más que feliz de ser madre. Rhaenyra era indecente, y Alicent era devota a los Siete. Sin embargo su sangre hervía y rezaba y rezaba para que Rhaenyra fuera castigada como ella lo era, pero jamás pasaba, y su sangre volvía a hervir.

¿Cómo es que podía ser tan privilegiada y salir como una inocente? 

Bastardo tras bastardo: había comenzado con ese par, Jacaerys y Aemma. 

Aemma, su mente gruñó. 

Todo era por la primera esposa. 

Luego había seguido con Lucerys. Y por último, Joffrey. 

Joffrey, como el antiguo amante de Laenor. 

Cuántas veces le había reclamado a Viserys su ceguera ante lo obvio. Muchachos de cabellos oscuros, ojos de miel, robustos y malhechores, constantemente molestando a su joven y segundo hijo Aemond.

Alicent se había vuelto loca cuando Viserys comprometió a Aemond con la bastarda de Rhaenyra. ¿Cómo esperaba un matrimonio entre ellos si es que una bastarda no heredaría nada? 

La bastarda de Rhaenyra era sin embargo muy bonita, de ojos bicolor (consecuencia del pecado de la madre; aún así no podía evitar quedar un poco fascinada por los colores. Verde y lila: tu mezcla con la de Rhaenyra, susurraba lo más profundo de su mente) y cabello platinado. 

Y era una dama muy educada. Lo suficientemente extrovertida para verse amable y no como una mujer entregada. Era encantadora; sabía de política, tenía un conocimiento profundo en la lectura y las matemáticas, y se comportaba como debía en los eventos más importantes del reino y en los que no, también. Danzaba, pintaba, bordaba, cantaba, tocaba instrumentos. Volaba sobre un dragón del más puro color blanco. Era más de lo que se esperaba en una princesa como ella. 

𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan starkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora