1 ; invernalia

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128 d.C.


Los primeros días fueron tensos y silenciosos. Aemma apenas hablaba, y cuando lo hacía, su tono era frío y cortante. Sus damas hacían lo posible por mantener una conversación ligera, pero la atmósfera estaba cargada de angustia y resentimiento.

—¿Cómo te sientes, Aemma? —preguntó Anne una mañana, intentando romper el hielo.

Aemma la miró con frialdad antes de responder.

—¿Cómo crees que me siento, Anne? —su voz estaba llena de sarcasmo—. Estoy siendo enviada al Norte como una prisionera, lejos de mi hogar y de todo lo que conozco. ¿Qué crees que podría sentir?

Su compañera bajó la mirada, sintiendo la dureza de sus palabras.

—Lo siento, mi princesa. Solo quería ayudar.

Aemma suspiró, sintiendo un leve remordimiento por su tono. Dio vuelta la cara, mirando por la ventana. 

—Lo sé, Anne —dijo, más suavemente—. Pero ahora mismo no quiero hablar de esto.

La conversación se apagó de nuevo, dejando solo el sonido de los cascos de los caballos y los ocasionales rugidos de Lyrax que resonaban en el cielo.

Tomaban pequeños descansos, de horas en horas para dejar a los caballos descansar y alimentarse, a la par de su dragona, la cuál poco interés tenía en comer algo más que ovejas. 

Acostumbrada a su sangrienta criatura, se apegó a su costado mientras ella bebía agua del río, sedienta y jadeante pero jamás rendida. 

Aemma miró al horizonte, donde el sol comenzaba a asomar sus primeros rayos sobre el camino polvoriento. No podía evitar sentir un profundo resentimiento mientras acariciaba el lomo de su Lyrax, que también parecía percibir la tensión en su jinete. El viaje hacia Invernalia era largo y tedioso, y la idea de dejar atrás su hogar por una alianza política la llenaba de rabia. 

A su alrededor, sus damas se movían con diligencia, preparando los suministros y asegurándose de que todo estuviera listo para el nuevo día de viaje. Aemma sabía que ellas no tenían la culpa de su situación, pero aún así, no podía evitar dirigirles miradas frías y distantes.

Se giró nuevamente hacia su dama más preciada. Lyrax empujó su hocico contra el costado de su mejilla, soltando un gruñido al aire. 

—Al menos tú me entiendes —murmuró, apoyando la cabeza contra sus pálidas escamas. 

Lyrax respondió con un ronroneo suave, como si intentara consolarla.

Demandante, Aemma había reclamado una serie de condiciones para partir al Norte; condiciones que su madre había aceptado con tanta rapidez como le fue posible, en busca de satisfacerla y apaciguarla.

𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan starkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora