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129 d.C.


A la mañana siguiente quemó la carta de Daemon, envió la suya y besó la de su madre, refugiando el escrito contra su corazón. La observó con detenimiento, los pliegues perfectos, la caligrafía elegante que había aprendido a imitar desde niña. La besó suavemente de nuevo, como si ese gesto pudiera transmitir todo el amor y la lealtad que sentía por su madre, refugiando el escrito contra su corazón. Sabía que sus padres tenían grandes planes para ella, y que, para cumplir con su destino, debía dejar atrás una parte de sí misma.

Ajustó su collar, aquel que su abuelo le había regalado, el que siempre había considerado un símbolo de su devoción.

Las tres tiras de perlas reales eran un recordatorio constante de su fe en los Siete, de la protección de La Madre, cuya imagen colgaba de su cuello en forma de un delicado dije. Era un objeto que había acariciado en incontables momentos de duda, buscando consuelo y guía, como ahora. Pero en el frío Norte ese símbolo de su fe parecía fuera de lugar.

Allí, en Invernalia, los Antiguos Dioses reinaban, silenciosos y poderosos. Aemma sabía que para convertirse en la mujer que sus padres deseaban, para cumplir con las expectativas de su destino, debía dejar atrás todo lo que la hacía sureña. Eso incluía su collar, sus vestidos, y hasta su manera de ser, tan "principesca" como la habían descrito sus damas en más de una ocasión.

—Debo cambiar —susurró para sí misma, sintiendo la dureza de las perlas bajo sus dedos—. Debo dejar atrás esto... y convertirme en lo que mi familia necesita que sea.

Con un suspiro resignado, dejó caer el dije sobre su pecho, sintiendo que con cada movimiento se distanciaba más de la Aemma que había sido en el Sur.

Sabía que para ganarse el respeto de los norteños, debía parecer una de ellos. Con ese propósito en mente, Aemma decidió que era hora de deshacerse de sus vestidos sureños, de los colores vibrantes y los tejidos ligeros que no tenían cabida en las tierras gélidas de Invernalia.

Diana, Charlotte, Anne y Lisa entraron entre risas y pequeñas bromas.

—Buena mañana —saludó Aemma, sentándose en un taburete frente al gran espejo de su habitación—. Espero estén preparadas para grandes cambios, muchachas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Charlotte, frunciendo levemente las cejas, aún sonriente.

—A mis vestidos —respondió ella, señalando el ropero que contenía una variedad de prendas elegantes y delicadas, todas importadas del Sur—. Estos ya no me sirven. Necesito algo que sea más... apropiado para el Norte.

Diana asintió, comprendiendo al instante lo que Aemma quería decir. Sin embargo, no pudo evitar sentir un ligero pesar al pensar en todos esos hermosos vestidos que ahora quedarían relegados al fondo del armario.

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⏰ Última actualización: Sep 14 ⏰

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𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan starkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora