124 d.C.
Aemma aferró sus dedos al libro, sus dedos crispados sobre la encuadernación como si de esa manera pudiera contener su rabia. Caminó, bajo la compañía de una septa, un guardia, y Aemond, hasta el árbol Arciano. Allí, se sentó en las raíces del imponente árbol, cubriendo sus piernas con la falda y dejando el libro sobre su regazo, abierto en las páginas de Aegon el Conquistador, donde había dejado la lectura la última vez.
Aemond se sentó a su lado, aunque manteniendo una distancia considerable entre ambos. La Septa Lemore, una mujer de edad avanzada pero con una mirada afilada como una espada de acero valyrio, se sentaba cerca, sus ojos vigilantes sobre ellos, mientras Ser Harlan, un caballero perteneciente a la guardia real, permanecía en la sombra, siempre listo para intervenir si la disputa se desbordaba
Aemma, aún furiosa por la actitud de Aemond, no le dirigió ni una sola mirada, reservando sus pensamientos para su tía Helaena, con quien solía despotricar sobre la estupidez del príncipe.
—¿Por qué insistes en leer esos tomos polvorientos, Aemma? —gruñó Aemond, con el ceño fruncido, mientras hojeaba un antiguo tratado de estrategia militar—. Deberías preocuparte más por aprender a comportarte como una verdadera princesa.
Aemma levantó la vista de su libro con una expresión de desdén.
—Me gusta leer sobre las grandes hazañas de verdaderos jinetes de dragón —apuntó directamente contra su debilidad—. Es curioso cómo la historia siempre exalta a aquellos que tienen la suerte de montarlos, ¿no es así?
Aemond elevó su vista de su libro también, sus ojos lilas fulgurando con una mezcla de ira y dolor.
Aemma sintió el mínimo de pena.
—No todos los que montan dragones son dignos de ellos, princesa. Algunos simplemente tienen la fortuna de nacer en el momento y lugar correctos.
La septa Lemore observó la interacción con preocupación, sabiendo bien que cualquier conversación entre ambos podría desencadenar en un conflicto.
—Mi príncipe y mi princesa; las palabras tienen el poder de herir tanto como las espadas. Quizás sería mejor mantener el silencio y dejar que los libros hablen por sí mismos.
—Es fascinante cómo los dragones parecen elegir a sus jinetes, ¿no crees, Aemond? —achinó los ojos—. Tal vez algún día uno de ellos decida que eres digno de su compañía.
Él cerró su libro con un golpe seco, sus labios apretados en una línea delgada mientras sus orejas se coloreaban en rojo.
—La dignidad no se mide por la posesión de un dragón, princesa. Y tu arrogancia solo demuestra la poca comprensión que tienes sobre lo que verdaderamente significa ser un Targaryen.
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𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan stark
Fanfiction𝐀𝐄𝐌𝐌𝐀 𝐕𝐄𝐋𝐀𝐑𝐘𝐎𝐍 era la princesa consentida de Desembarco del Rey, única hija de la princesa heredera Rhaenyra Targaryen, y su consorte real, Laenor Velaryon. La única de todos los vástagos de Rhaenyra que tenía sus facciones, comúnmente...