5 ; rocadragón

1.2K 170 3
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


124 d.C.


El castillo de Rocadragón era... especial.

Alto y de muchas torres, completamente gris y con un intenso aroma a mar salado por sus alrededores. Edificios con puntas con formas de dragones acuclillados, rocas amenazantes a abrir cabezas, y un puente largo que abría el camino. 

Aquí, tenía aposentos propios. Eran más fríos que los de su hogar (este era su hogar ahora, se recordó Aemma), pero también eran grandes y con tanto espacio que no le cabía en la cabeza como podría llenarlos. Tenía una cama de dos cuerpos solo para ella, con velas por doquier y una chimenea relativamente cerca; frente a la cama había un set de sillones que tenían un aspecto plenamente cómodo; en cuanto miraba al otro lado de la habitación, encontraba su tocador, y contra una ventana había un escritorio. Una mesa redonda en el medio de la habitación; tras una puerta, estaba el baño.

Porque sí, también tenía baño propio.

Su decoración favorita tenía que ser el enorme candelabro araña que bajaba del techo, además del gigantesco dragón tallado en la pared entre su escritorio y su chimenea. 

—¡Es precioso! —exclamó, entrando al comedor—. Amo mis nuevos aposentos.

—¿Por qué Aemma obtiene aposentos sola y yo debo seguir compartiendo? —preguntó Jacaerys.

—Porque tu hermana esta pronta a —Rhaenyra meció a Joffrey, pensando en sus palabras—... a algo que no es de incumbencia de ninguno de los dos. Llegará una edad en la que tú también tengas aposentos, Jace. 

—Sí, no tienes porqué ser una bestia celosa —se burló Aemma, ganándose una mirada de advertencia de parte de su madre. Jacaerys le regaló una mueca, que Aemma no tardó en devolver—. Me encantan, madre.

—Me alegro de que así sea, cariño —besó su cabeza—. Si falta algo, le deben avisar a los sirvientes, ¿entendido?

A coro, los tres dijeron:

—Sí, mamá. 

—Bien... Pueden descansar —dos días de viaje en barco no habían sido placenteros ni cómodos—, o si así lo desean ir junto a los guardianes a ver a sus dragones. 

Jacaerys intentó elegir la segunda opción, más un bostezo se le escapó de los labios, contagiando a Lucerys, y ambos marcharon a sus aposentos. 

—Yo sí iré a ver a Lyrax —sonrió Aemma.

—Vuelve para comer, querida.

—Sí, mamá —repitió, saliendo saltarina del castillo. 

El aroma a arena y mar era amplio; no tanto como cuando visitaron Marcaderiva, pero era amplio de igual forma. El viento golpeaba un poco más ásperamente que en Desembarco del Rey, pero poco le importó mientras caminaba hacia la cueva, donde su dragona descansaba. 

𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan starkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora