9 ; melancólica

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124 d.C.


Las noches no mejoraron. 

Los sueños no pararon, desembocando cada vez más en eventos sangrientos que provocaban gritos que dejaban su garganta raspada y su voz ahogada. 

Esa noche no fue distinta. 

Un hombre platinado rompía la maqueta de su abuelo. Su madre lloraba. Sangre manchaba el suelo. Un bebé deforme y alado. Lucerys muerto. Lucerys muerto. Lucerys sin restos vigentes. 

Sus manos temblaron sin parar y un grito arrasó por la habitación. Nació desde el primer inicio de sus cuerdas vocales, finalizando con un eco espantoso. Y luego de uno siguió otro. 

Rodó por el colchón, cayendo en el suelo con un golpe seco. Sin pensarlo por más de dos segundos, clavó sus dedos en el piso rocoso y rasgó sus palmas en cuanto terminó escondida bajo la cama. 

Su cuerpo seguía temblando, sin embargo sus gritos se habían detenido, convirtiéndose en bocanadas desesperadas y sollozos inevitables. La oscuridad que la cama le brindaba se convirtió en algo reconfortante, distinto al claro sueño. 

Los segundos se convirtieron en minutos mientras yacía allí, escuchando los latidos de su propio corazón y los susurros distantes del castillo. No quería enfrentarse al mundo exterior, no quería ver el futuro que se cernía sobre ellos.

No quería ver lo que no podía cambiar. 

La puerta se abrió lentamente y Aemma apretó los ojos, sorbiendo su nariz. Su pecho tembló, desesperado por soltar ese llanto que ella ahogaba.

—¿Aemma? —la voz de Daemon inundó la habitación—. ¿Otro mal sueño? 

—... Sí —contestó. 

Lo observó girar alrededor de la habitación, buscándola. Aemma respiró profundamente, intentando calmarse.

—Aemma —llamó nuevamente—. Aemma, ¿dónde estás?

—Lo siento —murmuró ella desde su escondite.. 

Él se paró a un costado de su cama, mirando hacia la parte donde su bañera reposaba. Más no había ninguna sirvienta y tampoco baldes de agua; eso indicaba que no estaba bañándose. 

—Te escuche gritar —comentó—. Puedo... puedo llamar a tu madre si quieres, simplemente me...

Su vista se agachó, observando un mechón platinado escapando de la corona trenzada, justo al costado de su bota. Corrió suavemente el pie y se agachó, ladeando la cabeza para observarla mejor.

 El rostro de Aemma le devolvió una mirada con ojos llorosos pero luego se giró hacia arriba de nuevo, observando las tablas de madera de su cama. 

—Aemma, ¿podrías salir de ahí, por favor? —pidió él suavemente. 

𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan starkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora