6 ; un consejo muy insistente

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129 d.C.


Regulus siempre había sido un hombre devoto a sus dioses. Criado en el Norte, refugiado en la casa de los Stark más veces de lo pensado, lady Gilliane y lord Rickon le habían inculcado su religión y él se había apegada a ella, rezando mucho más de lo pensado, un símbolo de los Antiguos Dioses colgando en un collar. 

Y, aunque respetaba a Aemma pues ella no había sido nada más que buena (y algo cautelosa) con él, no podía evitar sentirse inquieto ante la visión de la dragona elevándose en los cielos del Norte. No era común ver a una joven de su edad manejando una bestia tan formidable, y menos aún en las tierras frías.

—Mi princesa, ¿está segura de que desea hacer esto? —preguntó Regulus, sus manos temblorosas mientras se aferraba a su abrigo—. El Norte puede ser traicionero, y no sabemos cómo reaccionará Lyrax en estas tierras.

Aemma, abrigada contra el frío viento del Norte, observó a Lyrax, su majestuosa dragona, preparándose para volar. Había decidido explorar el Norte desde el cielo, uniendo su amor por volar con la curiosidad de conocer más sobre la región que ahora llamaba hogar temporal.

—No te preocupes, Regulus —le sonrió, tratando de tranquilizarlo—. Lyrax y yo estamos deseantes de explorar como se debe, sea cuál sea la condición. Además, no planeo alejarme demasiado. Solo quiero ver el paisaje desde arriba.

Regulus asintió con resignación, murmurando una oración a los Antiguos Dioses mientras Aemma se acercaba a su dragona. 

Lyrax bajó la cabeza, permitiendo que Aemma subiera con agilidad a su lomo. La joven princesa acarició suavemente las escamas, susurrándole palabras de ánimo. Observó cómo ajustaba las últimas correas, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. 

Antes de despegar, le dirigió una mirada tranquilizadora a su juvenil guardián.

—Vamos, Lyrax, mostremos al Norte lo que una Targaryen y su dragona pueden hacer —dijo Aemma, sintiendo la emoción crecer en su pecho.

Con un rugido poderoso, Lyrax alzó el vuelo, sus alas batiendo contra el aire helado. Aemma se aferró con fuerza, sintiendo la adrenalina correr por sus venas mientras ascendían rápidamente. El suelo se convirtió en una mancha borrosa, y el frío viento del Norte azotó su rostro, despertándola por completo, algunos mechones de su cabello soltándose de su trenza mientras ascendían. 

Desde lo alto, podía ver Invernalia, un pequeño punto rodeado de vastos bosques y montañas nevadas.

Volaron sobre el pueblo, la sombra de Lyrax oscureciendo brevemente las casas y calles. Los habitantes miraron hacia arriba, algunos asombrados, otros atemorizados, al ver a la enorme bestia surcar los cielos. 

—Lyrax, subamos más alto —ordenó, inclinándose hacia adelante.

La dragona rugió en respuesta, batiendo sus alas con fuerza y ganando altura rápidamente. A medida que se adentraban en el Norte, observó el paisaje que se desplegaba ante ella. La vasta extensión de nieve parecía infinita, interrumpida solo por los picos escarpados de las montañas y los densos bosques de pinos. Era un terreno inhóspito y salvaje, pero había una belleza cruda en su desolación.

𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan starkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora