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129 d.C.


Levantarse había sido un reto tremendo. Había pasado horas oculta en la biblioteca, leyendo en compañía de Cregan hasta que él había recomendado dormir. 

Había algo en la intensidad de su mirada que no podía olvidar, y la carta de Daemon seguía pesando en su mente.

Se estiró, colocándose un sencillo y cálido vestido rosa palo con ayuda de Diana. Lisa extendió una brillante tiara de plata (con una piedra de cristal en el medio de un nudo celta tradicional que Sara les había enseñado) sobre su cabello luego de que Anne y Charlotte trenzaran su melena. 

—Mi princesa se ve preciosa hoy —expresó Diana con orgullo, acomodando sus rizos debido a la trenza de la noche. Aemma le sonrió.

—Ustedes lucen tan preciosas como un grupo de ángeles —halagó—. Cualquier hombre se rendiría a sus pies de tan solo verlas.

Tras varias adulaciones y burlas acerca de las sonrojadas mejillas, las cinco marcharon hasta la sala, dónde todos desayunarían a la par. 

Lo primero que Aemma notó fue que Cregan no estaba ahí. 

—Muchachas —sonrió Gilliane—, siéntense. Las estábamos esperando.

—Lamentamos la tardanza, milady —habló Lisa, tomando asiento en la mesa, extendiéndose para agarrar la tetera de té de menta.

Los desayunos en Invernalia eran diferentes a los de Rocadragón o Desembarco del Rey. Comenzando por el hecho de que no desayunaban todos los días, sino casi día por medio, y cuando lo hacían, mayormente desayunaban todos juntos. 

Había pan caliente, mantequilla, miel, mermelada de moras, lonjas de tocino, huevos pasados por agua, una gran cuña de queso y té de menta. A veces, cuando la fruta estaba fresca y disponible, los cocineros preparaban tarta de manzana, dejándola a disposición de la familia. 

En Desembarco del Rey, recordaba los desayunos como si fueran banquetes. Mermeladas de toda fruta posible, pan tostado, mantequilla casi derretida, miel dulce, tocino, huevos duros, gachas, leche y té de hierbas finas, como a la reina le gustaba. En Rocadragón, sin embargo, recordaba sabores más dulces que salados, como su madre disfrutaba. 

Agarró una de las tostadas, tomando una cucharada de la mermelada de moras para arrastrarla sobre el pan, degustando el sabor dulce y levemente ácido de la fruta en cuánto se lo llevó a la boca. 

—Ha salido el sol —anunció Sara, entrando al comedor con un gran estruendo.

—Sara, querida, ¿podrías no hacer tanto ruido? —pidió Gilliane, tomando un sorbo de su té.

—Lo siento, mamá —se disculpó, sentándose frente a Diana—. Es que me emociona tanto que haya salido el sol. Se ha derretido toda la nieve de las calles, y los pueblerinos han limpiado el pavimento para evitar heridos. O sea que, nos metimos al manantial por-

𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐚𝐝𝐲 𝐨𝐟 𝐰𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐟𝐞𝐥𝐥, cregan starkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora