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—¡TIENES QUE VER ESTO! —gritó la bajita tormenta pelirroja abriendo la puerta de su despacho con una patada.

—¡Señorita Watts! —respondió con rabia humeante el detective Harper, a punto de masticar su cigarrillo de los nervios—. ¡Le he dicho cientos de veces que no puedes entrar así! —La mujer menuda atravesó la distancia que le separaba desde la puerta casi corriendo, sosteniendo en alto un periódico casi tan alto como ella—. ¡Ni se te ocurra...!

No solo se le ocurrió, sino que lo ejecutó. En cuanto llegó al escritorio del detective, cogió todos los informes y las fotografías que descansaban en un orden casi lógico de un caso que estaba a punto de ser resuelto y los lanzó a la derecha lado, liberando la mesa. Harper, en un acto reflejo que nunca podrá perder, trató de cogerlo todo con la mano que ya no tenía.

—¡ELISA! —rugió con una nube de nicotina—. ¡DAME UN MOTIVO PARA QUE NO TE DESCUARTICE!

—¡MIRA!

Golpeó con ímpetu la portada de papel anaranjado que le había costado semanas de investigación. Buscó las palabras clave, como "nube de humo", "ente gigante" o algo parecido, pero solo encontró la de "accidente". Tras una profunda calada intentando aplacar sus nervios con tabaco, alzó la vista para sentenciar con la mirada los ojos esmeralda de la joven relojera.

—¿London News? ¿Es este el papel con el que quieres que te momifique cuando acabe contigo por interrumpirme?

—Lee. —Por segunda vez, señaló la noticia titular.

—No me gusta la prensa sensacionalista —suspiró humeante Harper, bajando su mirada de nuevo a la enorme fotografía en naranja y negro. La calidad era nefasta, incapaz de distinguir algo en ella. Con otra calada, cambió de lado de la boca el cigarrillo para leer el enorme titular—: Trágico accidente en los campos de Grainwell —narró imitando a uno de los locutores de la radio local—. El archiconocido magnate de los negocios, Josh Miligan, propietario de la empresa más importantes de cerveza de toda Inglaterra, ha muerto esta mañana en su zepelín... ¿Qué demonios es esto?

—¡NO! —exclamó Elisa indignada, apuñalando con su dedo el párrafo que estaba leyendo—- ¡Sigue, maldita sea, Harper!

—Blablabla zepelín tras el ataque de un avión.... Ajá. —Levantó la mirada para enfrentarse a la pelirroja—. Por segunda vez, relojera, ¿qué demonios es esto?

—¡ARGH!

Indignada, agarró la página de la portada y lo levantó hasta casi pegarlo a la nariz del detective, sin importarle que se pudiera quemar con su cigarrillo.

—Ha muerto esta mañana en su zepelín tras el ataque de una avioneta negra —narró de memoria la noticia—. Los pocos testigos de la zona aseguran que escucharon disparos de metralleta y una gran explosión antes de que la aeronave fuera devorada por las llamas y se estrellara contra el suelo (Imagen 1).

Harper levantó la vista y se alejó un poco, estudiando con mirada entrecerrada la confusa imagen. Las llamas en el color naranja se veían confusas, pero sí podía diferenciar, aunque fuera un poco, el esqueleto del zepelín estrellado en el suelo. La instantánea era confusa, pero algo demasiado claro captó su atención. En una esquina, donde parecía que se podía ver el firmamento, había una delgada y perfecta línea negra, como si todo el negro de la tinta se hubiera acumulado ahí.

—¿Se sabe algo del asaltante? —El interés de Harper fue aumentando, con la línea negra en su punto de mira. Un dolor en su brazo fantasma era augurio de malas noticias.

—Apenas se escuchó las hélices, y su color era el del cielo nocturno. —Harper apartó el periódico para mirar a Elisa, aunque una nueva sobra hizo que desviara sus ojos sobre la cabeza pelirroja—. Todos le conocen como...

—El Cuervo negro —anunció una imponente voz femenina desde la puerta.

Elisa dio un respingo y se giró del susto, mientras que Harper no apartaba su afilada mirada de la desconocida. Vestido negro por completo, con terminaciones de pluma negra. Sobrero de luto con el ala frontal tan alargada que parecía un pico. De sus límites caía un tul semitransparente, cubriendo su pálido rostro, aunque no podía esconder su mirada dorada y afilada.

Harper iba a decir algo, pero la extraña se adelantó.

—Perdonad mi intromisión —murmuró acompañado de una modesta inclinación de cabeza, más por cortesía—. Me indicaron que viniera aquí y la puerta estaba abierta.

Por supuesto, Harper sabía que no estaba tan perdida como estaba fingiendo.

—Detective Harper —se presentó sin perder detalle, incapaz de dar otra calada a su apagado cigarro—. ¿En qué puedo ayudarle?

La mujer entró en la sala. Era imponente a los ojos del detective, y eso que él era alto. Su presencia había llenado su despacho y enrarecido el ambiente. El calor se marchó por la puerta tras su entrada, y un dolor punzante se clavaba en su muñón izquierdo. Esa mujer era mucho más de lo que mostraba. Elise también lo sentía, puesto que el único color que quedaba en su cuerpo era el de sus rizos pelirrojos.

—Esta mañana ha sucedido un trágico accidente, aunque veo que ya está informado. —Su melodiosa voz reverberaba en la habitación, erizando el bello de su nuca. Luchando por no llevarle la mano a su revolver, optó en agarrar el mechero, por el momento.

—Sospecho que una dama en luto no visita a un detective para comentar las últimas noticias de la prensa sensacionalista. —Chac, chac. La llama no asomaba—. Las noticias mienten...

—O no dicen toda la verdad. En efecto, —se acercó otro paso, atemorizando un poco más a los presentes—, es usted muy perspicaz en su trabajo. —Se situó en el centro de la sala. Tal era su presencia oscura que parecía devorar la luz—. Mi marido, Josh Milligan, ha sido asesinado esta mañana. —Sus palabras hicieron que Harper apretara los dientes, resistiendo como podía lo paranormal de aquella situación, incapaz de encender su mechero—. Todos los testigos y pruebas apuntan al Cuervo negro, la avioneta de la oscuridad. —Elisa abrió los ojos de sorpresa, mientras que Harper los entrecerró, temiendo lo que iba a decir después—. La avioneta de mi hermano, fallecido hace cuatro años.

Chas.

—Vaya —murmuró Harper volviendo a encenderse el cigarrillo—, eso no me lo esperaba.

—Exacto, detective —su voz resonó en sus oídos más que escucharla hablar—. Quiero que encuentre a ese maldito fraude estafador para hacer justicia.

EL CUERVO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora