—Esto no me gusta —murmuró Zac manteniendo fija la falsa sonrisa.
Oleadas de personas caminaban en la misma dirección, gritando llenas de júbilo, como si fueran millonarios de pronto o la guerra se hubiera acabado. Agazapados en un portal, apartados de la gente, el enorme doctor mulato cubría con su cuerpo a la pequeña pelirroja
—¿Qué demonios está pasando? —gruñó Elisa buscando alguna explicación, y la encontró: todos iban con una botella Liften de la mano.
—El festival...
Ambos se fijaron en los panfletos que pisaban todos al pasar. Elisa no necesitó coger uno para saber de qué se trataban. De hecho, llevaba viéndolos por desde hacía semanas en todas partes: los periódicos, buzones y cualquier rincón de Londres.
—¿Crees que todo esto tiene algo que ver con Milligan y el caso de Harper? —El doctor permaneció con la vista fija en la muchedumbre, apretando los dientes—. ¿Zac?
—Vámonos de aquí —sentenció al instante, caminando por el pasillo en dirección contraria.
Daba largas zancadas, lo que obligaba a Elisa a correr para seguirle el paso. Llegaron al otro lado y se encontraron a otra multitud, caminando en la misma dirección que la anterior. Zac le ofreció la mano sin decir nada, y Elisa la aferró como si todo dependiera de ello.
Como un actor entrando en escena, Zac dibujó una enorme sonrisa y empezó a reír. Saludó al primer tipo que se topó con una palmada en la espalda y pasó a su paso, para luego al siguiente les rio un chiste invisible y se colaron entre ellos. Con total naturalidad llegaron al otro lado, y reanudaron su huida entre callejones y accesos laterales, tratando de salir de allí, saliendo a la última calle antes de llegar a su vehículo...
—¡¿A dónde creen que van?! —La voz a su espalda les heló la sangre
Zac se detuvo en seco, sin ninguna sonrisa en su rostro. Apretaba con fuerza la mano de Eli, mientras sopesaba todas sus posibilidades. Podrían huir... ¿Podrían? Con solo su tono de voz le reconoció como uno de los policías de Londres.
—Zac... —llamó Elisa sin apenas alzar la voz, correspondiendo a su apretón.
La ingeniera no sabía por qué se había detenido y no reaccionaba, pero un fuerte olor llegó hasta ella. Lo reconoció al instante, no lo había olvidado. Al fin y al cabo, el aroma a la muerte de Silentdoor acompaña a todos los londinenses por toda la vida. Entonces comprendió el origen de los charcos en el suelo tras días sin lluvia, el sabor a hierro alejados de la fábrica, y que los propietarios de los sombreros y los zapatos abandonados en el suelo nunca serán reclamados por sus dueños.
—Sabemos su debilidad —declaró Zac con una recompuesta sonrisa.
En efecto, ambos llevaban ocultas botellas con alcohol para casos como ese. Ya no había duda que todo se trataba del mismo caso.
—Acérquense sin resistencia. —El policía hizo un gesto con su porra, todavía goteando un líquido muy alejado del agua.
No era más alto que Zac, pero era dos veces más ancho. Le estudiaba tras unas gafas tintadas, a pesar de ser ya casi de noche, y la luz brillaba en su perlada calva. Emitía un aura amenazante, a igual que los cuatro policías que le acompañaban. Masticaba algo con conciencia, ignorando las babas negras que salían de su boca. Estaba infectado, y eso era lo que les podría salvar.
Zac dio un paso hacia él y, sin mediar palabra, dio un sorbo a su cantimplora, pero sin tragar el líquido, enjuagándose bien. Después, con una sonrisa, mantuvo la boca y dio un paso al jefe de policía. Este retrocedió la misma distancia. Le temían por instinto.
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EL CUERVO NEGRO
Mystery / ThrillerUn zepelín ha sido atacado por la avioneta del Cuervo negro. Nada extraño, si no fuera porque su piloto lleva muerto cuarto años. Acompaña en este nuevo caso al detective Harper y su compañera Elise por las humeantes calles de Londres, y descubre qu...