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El humo llenó sus pulmones en una reflexiva calada. El punzante dolor de su brazo perdido no hacía más que recordarle la última vez que se adentró en ese mundo, y en cómo podría haber perdido la vida si no hubiera tenido suerte. Ese caso, esa mujer de mirada dorada, no dejaba de mandarle señales de peligro.

Soltó una nube de nicotina por entre sus dientes. Que ella estuviera allí no era mera casualidad, y más desde que su fama tras el incidente del "Engranaje dorado" le había mutilado el brazo. Todo el respecto que se había esforzado en labrarse como detective privado se había convertido ahora en burlas a su espalda sobre "el manco de la ley".

Puede que el azar le estuviera gastando otra broma, o puede que esa mujer de ojos dorados le estuviera trayendo la fortuna que necesitaba. Esclarecer la muerte de uno de los empresarios más importantes de todo Londres y detener al culpable haría que su reputación volviera a ser la de antes. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo de nuevo.

—Por favor, tome asiento —indicó Harper señalando la silla libre.

La gran mujer, con cara de satisfacción, avanzó un paso, pero Elisa dio un salto y se sentó antes que ella. El detective se había olvidado de su presencia, y estaba tan pálida que solo el color de sus pecas daban tono a su rostro. Harper abrió los ojos por completo de la sorpresa, y la hubiera gritado si no fuera por la presencia de su potencial cliente.

—Señorita Watts —musitó con ira contenida—, no era a usted...

Tras varios segundos de reflexión, y como si hubiera despertado de un sueño, Elisa se puso en pie de un salto.

—Perdónperdónperdón —repitió una y otra vez, con la cabeza agachada, retrocediendo un par de pasos para que la mujer pudiera tomar asiento.

—No era necesario, detective. —Su voz era tan tranquila como gélida. Ni siquiera el cigarro le hacía entrar en calor.

—Por favor —remarcó Harper señalando la silla, insistiendo en su orden—. Ahora, si nos disculpa la señorita Watts... —Lanzó una mirada asesina a su compañera, esperando que se diera por aludida y se marchara.

Elisa, situada a espaldas de la mujer, negó con efusividad, señalando al suelo para indicar que se iba a quedar. Harper canalizó su frustración en apretar la mesa de forma disimulada, e iba a decirle algo cuando la mujer se adelantó.

—Según tengo entendido, la señorita Watts tiene elevados conocimientos de ingeniería. —La extraña no se giró para ver a la aludida, que estaba tan asustada como alagada—. Sospecho que puede ser de gran ayuda en su investigación, detective.

Tras una densa nube de humo, asintió y señaló a un lateral de la habitación.

—Puede quedarse, por petición del cliente —recalcó—, pero no puede interrumpirnos o cambiaré de opinión.

Con un nada discreto baile de la victoria a espaldas de la cliente, lo que provocó una pequeña sonrisa que no pudo apreciar, se situó junto a Harper, a un lado de su acolchada silla, obligada a permanecer en pie si quería seguir allí.

—Bien, empecemos. —El detective se sentó a la vez que situaba la máquina de escribir sobre el escritorio—. Antes de nada, necesito que me responda a una serie de preguntas... —empezó a teclear con destreza para usar solo una mano—. ¿Nombre?

—Kirsty Naohan.

Harper sopesó varios segundos mientras transcribía el nombre. No era londinense, de eso estaba seguro, pero otro detalle le llamó la atención.

—¿Ya no tiene su apellido de casada? —preguntó apartando la mirada lo suficiente de las teclas para mirar su enguantada mano en negro. La transparencia bastaba para poder ver que ya no llevaba su anillo

EL CUERVO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora