Los gigantes silos de bronce daban la bienvenida a todos los visitantes en la fábrica de cerveza Milligan, custodiando el camino hasta la entrada principal. Los turistas miraron con asombro la magnitud de aquellas obras y el centenar de tubos que acupuntaban cada colosal bidón. Harper siguió su recorrido, verificando que muchas de ellas atravesaban el suelo, corroborando su contaminación de alcantarillas.
—¡Por favor, aproxímense! —llamó la exquisita azafata de moño alto recogido, vestido falda de tubo con corte en las rodillas y tacones con la altura perfecta para resonar en el parqué del suelo.
El resto de visitantes la siguieron, con la vista alzada, boca abierta y señalando los simples silos de cerveza. Pero no todos tuvieron tanta prisa por obedecer las órdenes, quedando un poco más rezagados.
—Esto es una maldita locura —gruñó Harper en un suspiro mirando a Elisa por encima de sus gafas de pasta negra. Se sentía incómodo no solo por los binoculares, sino también por la coleta sujeta en una cola de caballo alta y su barba rasurada al máximo.
—Nah, relájate —bromeó la pelirroja con una enorme sonrisa, disfrutando de su llamativo vestido dorado, demasiado de gala para una visita a una cervecería e investigar un asesinato.
—¿Y este? —Harper alzó la vista para mirar a los dos metros de Zac—. Cuando dije de ir de visita no te estaba invitando.
—Tarde —respondió rápido el doctor estudiando al detective por encima de sus gafas tintadas de blando y una perlada sonrisa—. Encima que lo hago por ti.
Harper iba a responderle, pero prefirió mantener el perfil bajo, asegurándose de que las cuerdas que mantenían atado aquel brazo falso de maniquí a su cuerpo aguantara lo suficiente.
Para entrar en la cervecería tenían muy pocas opciones. La primera era ponerse en contacto con la difunta mujer de Milligan, la viuda Kirsty Naohan, pero después de lo que pasó en Silentdoor, se ha convertido en otra de las sospechosas del caso. Al no poder avisar, lo siguiente sería colarse de noche, pero desde que perdió el brazo no le parecía una buena opción, al igual que su actual estrategia: colarse como visitante.
—¿Gregory McKraven? —preguntó la azafata, llamando al siguiente visitante que estaba en la lista para entregarle las credenciales.
—Yo. —Harper se coló entre el grupo de turistas para llegar hasta la señorita, con la tarjeta en alto, mostrando el nombre plagiado del cazador que había conocido.
—Tome.
Se la fue a entregar a su brazo de mentira, pero Harper tuvo que reaccionar con rapidez y se la arrebató de la mano con una gran sonrisa.
—Problemas de circulación, ya sabe. —Y antes de que pudiera decir nada, retrocedió hasta esconderse tras otro grupo de personas.
Ese era el plan: gafas de pasta, pelo recogido, sin barba, un brazo de mentira y vestido de negro. Nada de pistolas ni tabaco. Discreto y silencioso. Solo necesitaba que otros se llevaran el foco, y esos eran Elisa y Zac, o...
—¿Frederik y Antonella Jules? —Los dos desplegaron una enorme sonrisa—. ¿Los señores Jules?
—¡Presentes! —gritó con ilusión Elisa, tratando de llamar la atención de todos con su dorado vestido largo.
Sin embargo, el verdadero rey del espectáculo era Zac, ataviado con un traje blanco, en completo contraste con su tono de piel, bastante inapropiado para una visita turística como aquella, pero perfecta para captar todas las miradas.
—Frederik Jules, ese soy yo —anunció con un volumen de voz más elevado de lo normal, y agarró la credencial para mostrarla al resto de los presentes.
Harper le miró asombrado, no por su buen trabajo, sino por la poca vergüenza y la nefasta actuación del doctor. Elisa le imitó, pero un poco más cohibida. Podía ver el rubor en sus mejillas, consecuencia de tantas miradas puesta en ella...
—Bien, bueno. —La azafata titubeó confusa, buscando las palabras exactas, sin perder de vista a la extraña pareja—. Bien, vamos a empezar la visita. —Encauzada la conversación, volvió al énfasis inicial—. ¡Damas y caballeros...!
No terminó la frase cuando tiró de una enorme palanca que estaba en el suelo. A su espalda, la enorme puerta de doble hoja color bronce, compuesta por una docena de engranajes entrelazados, permanecía impasible. Su mera visión le provocaba punzadas en el brazo ausente de Harper, las que trató de disimular apretando los dientes.
De pronto, el ruido de un torrente de agua junto con el golpear metálicos de tubos se fue haciendo cada vez más intenso... Desde los tubos a lo alto de la puerta, un generoso chorro de cerveza dorada empezó a caer sobre los engranajes. Como las aspas de un molino, poco a poco empezaron a girar, abriendo la puerta con un llamativo chirrido.
Los presentes empezaron a aplaudir de asombro por aquella obra de ingeniería, con la excepción de Elisa y Harper. La ingeniera sabía que se trataba de un simple mecanismo para niños, pero el detective sospechaba algo más. «Demasiado espectáculo para una simple puerta de entrada. Busca llamar la atención para distraer la atención de lo importante, tal y como nosotros estamos haciendo».
—¡BIENVENIDOS A LA CERVECERÍA MILLIGAN!
Bronce. Mucho bronce, con forma de tubos, silos y barriles de todos los tamaños, unidos unos a otros y a unos y de vuelta a otros. Un laberinto intrincado de cilindros que ascendían hasta el cielo para anudarse entre ellos. El aire estaba tan espeso de malta que se podía saborear, y algunos pitorros silbaban para soltar oleadas de vapor hirviendo.
Una decena de empleados recorrían los andamiajes a toda velocidad, subiendo y bajando escaleras para revisar los medidores de presión y temperatura. El intrincado diseño parecía un verdadero caos para los aficionados, pero no era la primera vez que Harper y Elisa veían algo así. De hecho, se asemejaba demasiado a algo en concreto.
—Es el motor de un avión —susurró la ingeniera en cuanto se acercó el detective, a lo que este asintió.
Eso no solo indicaba su pasión por los aviones, sino que podía ascender a la obsesión.
—Josh Milligan, nuestro difunto fundador, construyó gran parte de esta fábrica desde cero en el taller de su casa. Fue entonces cuando creó su primera cerveza. —Se acercó a una vitrina situada a un lateral, en cuyo interior había una jarra con un líquido bastante oscuro—. Por supuesto, sabía fatal. —El resto de turistas y Zac soltaron una carcajada, pero Harper ya tenía puesta la vista en uno de los accesos laterales, por la que acababa de pasar el que parecía uno de los jefes de la fábrica—. Pero este primer fracaso no le hizo perder las esperanzas y las ganas de seguir trabajando, por lo que continuó hasta perfeccionar su segundo prototipo y la primera cerveza que de verdad era cerveza.
Se acercó a una barraca y, para alegría de todos, les sirvió una jarra burbujeante y cargada para que pudieran catarla. La azafata explicó sus propiedades, pero Harper seguía estudiando su destino, mojándose los labios para pasar rápido su turno. El jefe estaba volviendo a la puerta, y su grupo parecía alejarse por un lateral de la fábrica para seguir con la explicación...
—Ahora —murmuró Harper mirando al gigante moreno de traje blanco.
Este sonrió y, en un segundo estaba vertical, al instante siguiente horizontal en el suelo. Elisa emitió un grito de auxilio en cuando Zac calló al suelo, y la azafata se acercó corriendo para socorrerle.
Harper dudó varios segundos, ya que el plan era "fingir una lesión" no "fingir muerte", pero era perfecto para llamar la atención de todos, incluidos los trabajadores. Sin dudarlo un instante, se retrocedió un par de pasos y, al final, desapareció en las sombras, alcanzando la puerta. Era el momento de infiltrarse.
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EL CUERVO NEGRO
Mystery / ThrillerUn zepelín ha sido atacado por la avioneta del Cuervo negro. Nada extraño, si no fuera porque su piloto lleva muerto cuarto años. Acompaña en este nuevo caso al detective Harper y su compañera Elise por las humeantes calles de Londres, y descubre qu...