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Arrastrando la pierna derecha, apretando en un abrazo sus costillas para mitigar el dolor de la caida, Harper avanzó por los túneles del alcantarillado. Si volvía a Silentdoor le obligarían pagar los desperfectos, así que la mejor opción era volver a la casa del doctor.

Recorriendo los pocos túneles que les separaban, en su mente llegaban una y otra vez preguntas sobre el caso. Habían descubierto tres cadáveres. Sin embargo, Milligan, el cadáver que debería estar en el cajón ochocientos cincuenta y siete no se encontraba allí, sino que había decidido mudarse al de enfrente. Todo eso podría deberse a un descuido de los operarios si no fuera porque el muerto estaban, primero, dado la vuelta y, segundo, vivo. Sí, aquella cosa viscosa y negra estaba muy viva, y había sido capaz de copiar a la perfección al cervecero. Encima, ese peligro estaba en el laboratorio de Zac...

—Espero que no haya pasado nada... —musitó revisando las escaleras de acceso al edificio del doctor Zac. Nunca antes había agradecido tanto sus paranoias con las vías de escape.

Escalando con esfuerzo, levantó las tablas de madera que daban acceso a una oscura habitación. Silencio. Demasiado silencio. No le hubiera importado si Zac no se hubiera quedado con la dicharachera de Elisa. Tanta calma solo podía significar malas noticias.

Sin balas en el revólver, caminó con su mechero en alto. Era eso mejor que nada. Lo más curioso era que, en ese caso, no le dolía su ausente brazo. Igual no pasaba nada, o que su sexto sentido había decidido dejar de funcionar.

Con la vista puesta en la única luz encendida, se detuvo en cuanto vio una enorme sombra cruzarla. Harper se detuvo, escuchando al poco cosas metalicas chocar contra el suelo, maderas arrastradas, cristales rotos y, por último, un agudo grito de dolor.

—¡Cuidado Eli! —Entró el detective con la llama en alto, dispuesto a rescatar a su amiga, pero lo que le recibió fue un musculoso culo negro abrazado por pálidas piernas—. ¡MIERDA!

—¡¿QUÉ DEMONIOS?! —gritó Zac dándose la vuelta para ver al detective sonrojado en la puerta—. ¡¿HARPER?!

—¡Sí! ¡Dios, que estamos en mitad de una investigación, señorita Watts!

Con certera puntería, la aludida le lanzó una sierra al detective en la puerta, obligándole a apartar la vista.

—¡ESO TU! ¡YO ESTABA INVESTIGANDO ALGO MÁS INTERESANTE!

—¡BASTA!

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—¿Y dices que se derritió? —preguntó Zac auscultando las amoratadas costillas de un Harper que costenía en alto su camisa, quien ya había terminado de explicarles lo que encontró en el cajón y cómo se enfrentó a la copia de Milligan.

—¿Puedes hacer eso con algo más puesto aparte del delantal? —Harper mantenía la mirada clavada en el suelo, intentando no ver ninguna parte del moreno doctor ni de su amiga pelirroja cubierta con una manta.

—No.

El detective apretó los dientes, tanto por la respuesta negativa como por su ardiente tacto en la herida.

—El fuego lo descolocó, pero en cuanto tocó el agua de las alcantarillas se deshizo hasta desaparecer.

—Eso explica por qué el nuestro ha terminado así. —Elisa señaló con la mirada en dirección a la botella de cristal junto a un bote con su pañuelo sumergido en un líquido grisaceo.

—¿Aaahgua? —gruñó en cuanto empezó a ser bendado

—Formol —respondió Zac sin inmutarse.

—Eso no explica que se derritiera en contacto con el agua de las alcantarillas...

—A veces estás un poco ciego, detective —alegó Elisa con una gran sonrisa, alegre por saber algo que Harper ignoraba—. Las aguas en las alcantarillas de Londres podrían proporcionar alcohol a todas las tabernas de New Yarlenk...

—Y siempre se dijo que una cervecería era la principal culpable de ello.

Las palabras de Zac le dieron una nueva pista sobre su próximo destino. La difunta del cervecero, Kirsty Naohan, está ocultando algo, y más cuando ni siquiera ha ido a reclamar el cadáver de su difunto marido.

—¿Alguien se viene de excursion a la cervecería Milligan?

EL CUERVO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora