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Owlshill, el distrito más alto de todo Londres, o eso es de lo que se enorgullecen de decir sus residentes. Desconocía si era cierto o no, pero desde allí arriba las vistas eran espectaculares, y muchas veces la niebla baja no llegaba a cubrirlo. Por ese motivo, en el punto más elevado se encontraba el cuartel general de Owlshill: la comisaría más importante de la zona oeste.

Antiguo castillo de piedra negra, todavía conservaba sus espléndidas escaleras de acceso y el enorme portón de doble hoja que siempre permanecía abierto. Las órdenes a voz en grito, junto a los miles de quejas de los que se hacían proclamar inocentes eran la banda sonora de su antigua comisaría... No el sonido de las gaviotas, ni las carcajadas que provenían del interior.

Extrañado, Harper subió poco a poco las escaleras, concentrado en saborear mi cigarro mientras trataba de identificar qué estaba pasando. Sonido de cristales chocando, carcajadas sin parar y, lo más importante, ni una sola queja o súplica para ser liberado. Tras una bocanada de humo atravesó la desértica entrada. En condiciones normales, allí debería estar congregada al menos una decena de policías con sus correspondientes detenidos. Ni siquiera antes había tenido la oportunidad de ver la enorme gaviota que decoraba el suelo de la entrada.

Caminó directo hasta la recepción circular que se encontraba en el centro. En situaciones normales allí habría tres compañeros encargándose de todos los registros y las denuncias de los civiles, pero en ese momento estaba de espaldas Gertrudes, Gertru para los amigos, fácil de reconocer porque ocupaba lo mismo que tres personas. Según se acercaba Harper podía escuchar sus continuas quejas en voz alta, una costumbre de la señora.

—Todo está en medio. ¡En medio! Y encima esto ahora. Si es que...

—Ejem —carraspeó el detective para llamar su atención. La enorme mujer giró todo lo grande que era para mirar a Harper desde arriba, con cara de muy pocos amigos—. ¿Todo bien?

—No me toques las narices, Harper —rugió como una clara amenaza—. No estoy de humor.

—¿Y eso? ¿Qué demonios está pasando? —preguntó apoyándose sobre la recepción mientras miraba en todas direcciones y haciendo círculos con su cigarro en la boca—. Parece que se han terminado los crímenes en la ciudad, y con ello la corrupción.

Cruzaron miradas unos instantes, recordando batallas pasadas. Gertrudes, al igual que toda la comisaría, sabía que la expulsión de Harper del cuerpo fue por un caso de tráfico de influencias, manipulación de pruebas... bueno, por haberse metido con quien no debía por hacer su trabajo. En un principio, sus compañeros estaban indignados por la injusticia, pero al final ninguno movió un dedo para defenderle. Por supuesto, su nombre se convirtió en un tema tabú entre sus compañeros, y un motivo de chiste para sus superiores.

—Harper... —Pam. Golpeó con el sello un folio, aunque parecía más el sonido de un disparo—. Ya sabes que no deberías estar aquí.

Saboreó la nicotina por unos segundos, mirando desde detrás del humo los papeles que estaba sellando: se trataban de casos de viejos conocidos, todos culpados por hurtos menores.

—Soy el primero que no quiere pisar este antro lleno de mierda, y de gaviotas. —Volvió la mirada a la altura, donde estaban los ojos turquesa de Gertrudes—. Ayúdame y seré rápido.

—Sigues siendo un civil... —Pam.

—Nunca lo seré —sonrió con una bocanada de aire gris—. Ahora, ¿me vas a decir qué narices está pasando?

Por unos instantes entrecerró los ojos, sopesando si hablar con su antiguo compañero o echarle a la calle. Tomó la primera opción, más por comodidad que por placer, aunque la segunda no la descartó del todo.

EL CUERVO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora