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Agazapado, entró en lo que parecían las tripas de aquella fábrica. Cientos de tubos de distintos tamaños formaban las paredes y en ocasiones se cruzaban de un lado a otro, constituyendo un peligro para quien corriera distraído. Las paredes emitían tanto oleadas gélidas como un calor sofocante, acompañado por los ríos que parecías recorrer aquellas paredes.

De pronto, varios gruñidos y voces de fondo alertaron a Harper. Con cuidado, se agazapó en una pequeña oquedad entre varios tubos fríos, confiando en que no le descubrieran.

—¿En serio tenía que pasar justo en mi descanso? —gruñó una voz femenina bastante enfadada.

—Dicen que se ha desplomado al primer sorbo. —Su acompañante pasó justo por delante de Harper con bastante prisa, más que su compañera, que tardó un par de segundos más en pasar, con paso bastante más lento.

—Llamemos al equipo médico y que se larguen rápido...

Las voces se alejaron lo suficiente como para mezclarse con el caudal de las paredes. Comprobando que no había nadie más, Harper salió de su escondrijo y tomó dirección contraria a los trabajadores. Con cautela y tratando de no hacer sonido con sus pisadas, tomó varios giros hasta llegar a una gran abertura.

Apoyado en la pared, se asomó lo mínimo para poder ver el interior, pero pronto se relajó y decidió entrar en la enorme sala de descanso. Una de las dos largas mesas tenía todavía encima una taza humeante y un montón de cartas desordenadas y volteadas en el centro. Estudió el resto de accesos para comprobar que en la zona de la cocina y de los vestuarios no había nadie más. Con un rápido vistazo no encontró nada que le pudiera servir, así que volvió a los túneles de tubos para seguir su búsqueda.

Continuando por el único camino que había, y tras doblar una esquina, se encontró la bifurcación que estaba buscando. Los tubos continuaban por el pasillo, separándose hasta dejar un acceso lateral libre, compuesto por una escalera de madera noble en perfecto estado. Podría decir que hasta con una fina capa de polvo.

Tan satisfecho como extrañado, subió por ellas apoyándo su única mano en la pared y pisando en los laterales de cada peldaño a conciencia, sabiendo que era la parte más discreta y silenciosa de las escaleras. Veinte peldaños y la altura de dos plantas más arriba llegó a otro pasillo, mucho más noble que el de abajo.

Esta vez la madera cubría las paredes, salvo por el espacio que cubría un enorme cuadro con una escena de cacería con galgos, típica de Grainwell, enfrentada a otra con una enorme imagen de un barco surcando en mitad de un atardecer el mar... ¿o eran nubes? Eso no tenía la importancia que sí poseían los tres accesos cerrados. Dos a los laterales, abiertos, dando acceso a lo que parecían grandes salas de reuniones y, por supuesto, al final del pasillo la puerta cerrada del despacho del mismísimo Josh Milligan.

Satisfecho por haber llegado a su destino, se lanzó directo a la cerradura, ganzúa en mano. Apenas le puso resistencia, puede que por el desuso de aquellos días, cosa que carcomía sus pensamientos. No era normal que ni siquiera su mujer hubiera ido allí en esos días. Sujetando la puerta para empujar con cuidado, evitando así que sonara las bisagras, abrió lo suficiente para asomarse. Sabía que allí no debería haber nadie, pero nunca se fia de ello.

En su interior, una fiera mirada le dio la bienvenida. El zorro disecado que descansaba sobre la mesa del enorme escritorio de madera negra era lo que más destacaba de las sala, acompañado de un par de cornamentas como trofeos colgaban de las paredes. Bajo el atento escrutinio del animal, entró con cuidado y cerró la puerta a su espalda. Repasó Los cuadros que colgaban, uno de otro barco —este sí que surcaba un océano embrabecido— y otro de un aeroplano.

No era la única referencia a esas obras de ingeniería que podía verse en el despacho. Al otro lado de la sala descansaba una librería que cubría toda la pared, cubierta por libros a excepción de grandes hueco y vitrinas donde se podían ver maquetas de aviones y de zépelins, algunas mucho más complejas que otras. Sin embargo, una destacaba por encima de todas.

Con paso sordo, se acercó al imponente galeón tallado en madera negra, tan oscura como la noche. Harper siempre dedicaba sus esfuerzos en estudiar aquellas cosas que salían fuera de la norma, y en aquella sala ya había visto un par. La mesa del escritorio solo habitada por el zorro indicaba que la policía ya se había llevado los archivos que se quedaron encima. Los cajones, en caso de estar abiertos, también los habrían vaciado. Sin embargo, esos ciegos nunca se fijan en las pequeñas cosas que destacan.

Levantó el misterioso navío para estudiarlo de cerca. Las líneas, las vetas, todo estaba tallado con una exactitud increíble. Las velas parecían seda, y el tacto semejante al terciopelo... Algo así no podía carecer de titular. Volteándolo, algo cayó de su interior para caer sobre la mesa. Lo miró por debajo del barco, pero se fijó en la inscripción que firmaba la quilla:

—Con amor, F.

Intentando buscar esa letra en alguno de los nombres relacionados con el caso, dejó el barco de nuevo en la estantería y cogió la llave. Hierro soldado y pesado, ideal para cerrar una caja fuerte. Si estaba ahí, podría significar que todavía seguía intacta. Con el dedo en el agujero de la cabeza para hacerla girar, caminó directo al cuadro con el barco surcando el mar embravecido.

—No tiene sentido poner este cuadro si tienes uno más bonito en el pasillo.

Empujó el marco a un lado... Y no hizo nada. Extrañado por su posible fallo, revisó de nuevo el cuadro. En un lateral del oceáno, justo en la parte más oscura, estaba un pequeño hueco para introducir la llave.

—Si quieres esconder algo déjalo a simple vista.

Hizo girar la llave y, esta vez, el marco sí que cedió. Con cuidado, lo empujó hasta desvelar su interior... bastante vacío en comparación al enorme tamaño del cuadro. Metió la mano y sacó el único tesoro que contenía: un sobre con varias fotos antiguas. Sacó la primera, en la que pudo reconocer a Milligan acompañado por su mujer Naohan, un poco diferente a cuando la conoció, y al otro lado al que parecía su hermano Altair, los tres frente a la avioneta negra...

Fue a sacar la siguiente foto cuando el sonido de potentes pasos subiendo las escaleras le ensordeció. Al instante se guardó el sobre en su disfraz, cerró el cuadro y escondió la llave en su bolsillo. Las punzadas en su ausente brazo indicaba una llegada indeseada.

—No es el mejor momento para que venga... —Una voz apurada y casi sin aliento intentaba negociar con los potentes pasos que iban en su dirección.

Poco a poco, Harper avanzó hasta un armario lateral, donde guardaba los licores, y que había sido también vaciado por la policía en pos a la investigación.

—Me importa poco lo que puedas decir, André —La imponente voz de Kirsty Naohan, la difunta de Milligan, resonó en el silencio del despacho—. Esto es más importante que un simple desmayo.

—No soy André...

Enmudeció en cuanto la escuchó girar el pomo de la puerta, varias veces, con bastante rabia y fuera, intentando abrirla sin éxito.

—André o no, abre la maldita puerta. —Su voz, antes melodiosa y femenina, ahora era una tormenta.

Tintineo de llaves y la cerradura cediendo fueron el aviso de que iban a entrar, momento que Harper aprovechó para aguantar la respiración, apretando los dientes para resistir las dolorosas punzadas en su muñón derecho. Observó por una minúscula ranura de la puerta cómo atravesó el despacho y fue directa a la estantería. Sin nada de cuidado, empezó a tirar los libros y las maquetas al suelo —estas últimas salvadas por el que no era André— hasta encontrar el que estaba anclado en la pared. Con un tosco sonido, se abrió una compuerta en el falto fondo de la librería. Metió su mano y extrajo una gruesa carpeta y un montón de cuadernos con folios separados.

—¿Qué sucede, señora Milligan? —Al ver que no respondió a su apellido, insistió con el otro—. ¿Todo bien, Naohan?

—No —gruñó entre dientes, rebuscando entre los papeles—. Por favor, expulsa a los visitantes y convoca a todos los empleados. —Levantó un papel, en la que pudo ver dibujada una enorme turbina o silo—. Debemos prepararlo todo para cerrar cerveza Milligan de forma inmediata.

EL CUERVO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora