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Harper ni siquiera ocultó su rostro antes de llegar a la morgue Silentdoor. No era la primera vez que iba hasta allí, ni será la última. Además, estaba de servicio, cosa que pocos de los allí presentes podían decir. Tras esquivar a un par de encapuchados mientras subía las escaleras que daban a la primera planta, atravesó el enorme arco sin puerta que daba acceso al hall principal. Al fin y al cabo, ningún residente de su interior iba a salir.

Cruzando el lujoso acceso con el mosaico de un ave negra con ojos dorados, llegó hasta la recepción de madera, protegida tras un cristal, y unos barrotes de hierro. Tras la muerte de un conde haría que una decena de supuestos herederos furiosos crearan un altercado violento que terminó con medio centenar de heridos y otro medio de desaparecidos, aunque se sospecha que ya lo estaban antes del evento. En resumidas cuentas, aunque nadie revise en Silentdoor quién entra o sale, sí se aseguran que lo hagan en orden o, en su caso, que accedan demasiadas personas en busca de un mismo cadáver.

—Estos comehierbas ya no saben qué hacer... —musitó el recepcionista antes de que Harper llamara su atención pulsando el timbre. Ni siquiera levantó la mirada, concentrado en terminar el artículo del periódico.

—Marvin, voy con algo de prisa —intentó convencerle Harper, sin mucho éxito.

Sabía que el chico lo hacía para provocarle, así que inhaló todo el humo que pudo y, con suma precisión, lo soltó justo por los agujeros que servían para comunicarse. En cuanto llegó al pecoso chaval empezó a toser y a abanicarse con el periódico, intentando disipar el aire nocivo.

—Estás loco, Harper —gruñó entre toses, al fin mirando al detective con una sonrisa de satisfacción y con la vista clavada en uno de los accesos laterales—. No es nada, Bob —avisó al gigante guardián que asomaba por la puerta, dispuesto a entrar en acción—. Solo un imbécil que viene fumando a la morgue.

—¿Tu madre te deja decir esas palabrotas, Marvin?

El golpe sobre la mesa con el periódico fue indicación suficiente para que Harper dejara sus bromas. Sin embargo, ese instante le sirvió para leer por encima el titular de la portada: "El presidente de los refrescos Liften anuncia..."

—El cigarro fuera. —Tratando de grabar ese nombre en su memoria, Harper tiró el cigarro al suelo y lo aplastó, para después soltar el humo al cielo, marcando que estaba listo—. ¿A quién vienes a visitar?

—Al ochocientos cincuenta y siete —narró de memoria los números que le dijo Zac.

El recepcionista abrió su enorme libro de registros y empezó a pasar las hojas hasta llegar al indicado.

—¿Milligan? —Alzó la vista para ver el gesto del detective.

—Curioso que esté ese ricachón en una morgue como esta. —A pesar del comentario ofensivo de Harper, Marvin se limitó a asentir mientras buscaba algo en un cajón bajo su escritorio.

—Bueno, todos vienen aquí si nadie les reclaman.

Colocó algo en una oquedad de la madera y cayó hasta el otro lado. Harper cogió la plaquita con el número que estaba buscando junto a una enorme llave de hierro.

—¿Ni siquiera su mujer?

El chico negó con la cabeza.

—Solo vino la policía y ya. Parece que la señora Milligan está desaparecida.

El detective sopesó aquella información. Fue la mujer de Milligan, Kirsty Naohan, quien le ha contratado para investigar todo ese caso. Sin embargo, no había reclamado el cadáver de su marido ni pasado a identificarlo. De hecho, nunca dijo nada de los otros dos cadáveres encontrados.

EL CUERVO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora