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La gravedad volvió a tirar del estómago de Harper cuando las ruedas se separaron del pavimento. Poco a poco, empezaron a ganar altura, superando las luces de los edificios y las farolas a sus pies. Londres pasó a ser una telaraña entretejida por puntos ambarinos que se cruzaban unos con otros.

Ante ellos, en contraste al tímido sol del amanecer que intentaba superar las densas nubes, una gran sombra de babeante oscuridad batía sus alas. El verdadero culpable del ataque al zepelín, donde murió el cervecero Miligan, junto a su pareja, Arastair Naohan, con quien mantenía una relación en secreto.

Las turbulencias no impidieron que Harper se llevara su último cigarrillo a la boca, y lo encendió bajo una nube que se difuminó en su rostro. Era consciente de que aquello que iba a hacer era un suicidio, pero era la única forma de detener a Liften y su locura. O eso deseaba pensar.

—¡¿Algún plan?! —gritó el detective para hacerse oír por encima de las turbulencias.

—¡Ninguno, además de confiar en la suerte y en esto!

Con "esto" se refería a los dos barriles de cerveza que habían atado bajo las alas. No tenían muy claro cómo iban a emplearlos, pero sí que los necesitarían. Harper estudió todas las opciones que tenían, pero la distancia seguía siendo demasiada, y apenas conseguían igualarle en velocidad...

—¡PAJARRACO ASESINO! —El grito del copiloto dejó asombrada a Naohan, que abrió los ojos de sorpresa. Estaba segura de que no les había escuchado, pero se equivocó.

Liften giró la cabeza a un lado para mirarles por encima del hombro, y hasta podían jurar que sonrió. Una invitación para el acto final. No necesitó ninguna palabra más para plegar las alas y lanzarse en picado hacia Londres. Sin apenas tiempo de reacción, Naohan viró el volante todo lo que pudo y empezó a tirar de palancas, persiguiendo al falso Cuervo Negro. Tarea imposible para otra persona que no fuera ella.

Harper, con los nudillos blancos de tanto apretar el asiento, ni siquiera era capaz de darle una calada a su pitillo. De hecho, luchaba por no marearse por las piruetas que hacía Naohan, y que sus órganos no salieran por su boca.

Liften se movía con muchísima mayor agilidad que ellos. Le bastaba un aleteo para posicionarse, cambiar de posición o elevarse, maniobras que Kirsty era capaz de igualar tras muchos giros bruscos y empujes de palancas... Fue cuando comprendió Harper que Liften no pretendía ganarles: estaba haciéndoles perder el tiempo.

—¡Deja de perseguirle! —Naohan permaneció varios segundos dubitativas, hasta que el detective señaló el medidor de gasolina—. ¡Está jugando con nosotros!

Tenía razón. Naohan pretendía superarle, pero nunca lo conseguirían así. Dos rápidas palancas y un tirón del volante fueron suficientes para cambiar de posición y empezar a ganar altura. Ofendido, Liften aleteó para recuperar altura, situándose en un instante tras el Cuervo Negro...

—¡Ahora!

Harper se lanzó hacia el bidón izquierdo y tiró de las cuerdas. Estaba tan bien atado que necesito levantarse del asiento y tirar de los nudos. Una turbulencia les golpeó justo cuando liberó el barril. Nada. Ya no notaba nada bajo sus pies, y podía ver el Cuervo Negro alejarse, sin él. Consciente de su destino, se giró cargado con el bidón, dispuesto a golpear a Liften...

Un rápido aleteo le sirvió para apartarse de su trayectoria, esquivando el barril, pero no a Harper. Usando la cuerda, atrapó el ala como pudo y se agarró con todas sus fuerzas. Vapuleado por las corrientes, aprovechó una corriente de aire para subirse sobre la espalda del monstruo alado.

—¡Ríndete! —ordenó Harper casi sin aliento, agazapado y con la mano hundida en aquella masa para evitar salir despedido.

Ante él, un pequeño y viscoso bulto empezó a alzarse, hasta formar un busto del que no dejaban de desprenderse gotas de agua.

—¿Por qué hace esto, detective? —preguntó con voz cavernosa, pero también tranquila—. Esta pelea no va con usted.

—¡Te equivocas! —desgarró su voz y apretó los dientes en un humeante aliento, a la vez que trataba de aguantar los pinchazos que atravesaban su ausente brazo y relampagueaban por el resto del cuerpo—. ¡Has implicado a inocentes!

—Daño colateral.

—¡Has intentado destruir Londres!

—Lo he liberado. —Esperó varios segundos en silencio, sopesando las palabras—. No somos tan diferentes, y por eso puedo decirte algo con seguridad. —Los ojos de la masa se volvieron mucho más oscuros y penetrantes, como si le estudiaran el alma—: Nunca será un héroe.

En un grito de rabia, Harper dio un paso al frente, afianzando bien su pie en la masa oscura, y la desafió con la mirada. Agazapado, la soltó para meter la mano en su gabardina. Apenas agarró el revólver todo cambió. Ni siquiera se percató cuando el mundo se dio la vuelta, o Liften viró, pero la gravedad volvió a atraparle, y esta vez sin piedad.

Caía. Otra vez, había perdido el agarre, pero ahora no tenía ningún plan. Pero sí una bala, y confianza. El sonido del motor sobre sus cabezas fue el único aviso de que Naohan había pasado sobre ellos, y ahora un bidón lleno de cerveza caía sobre Liften. Un aleteo, tan sutil como eficaz, fue suficiente para esquivar el proyectil... Pero no para alejarse. El último disparo impactó de lleno, reventando el barril junto al falso Cuervo Negro. Todo el líquido impactó de lleno sobre Liften, provocando que su cuerpo empezara a emitir el ponzoñoso humo y pompas brotaran de su interior.

Satisfecho, Harper intentó mirar hacia la ciudad de su maltrecho y maldito Londres. Arcoíris cubría sus calles bajo el reflejo de las farolas, producido por las alcantarillas, explotadas con la cerveza Miligan. Elisabetta lo había logrado.

No, lo habían logrado. Ya no le dolía el brazo, y el cigarro se le había roto no sabía hacía cuanto, pero todavía conservaba el humo en sus pulmones. En lo que sería su última bocanada, soltó su aliento en una nube, que se disipó al instante. Centró su vista en el pesado amanecer, que luchaba contra las nubes...

Un zumbido cada vez más intenso y, después, oscuridad.

EL CUERVO NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora