Falso Dios

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En los breves minutos en los que ambas defensas terminaban de hacer los últimos arreglos para llevar a cabo el último testimonio del juicio, Mammon y Satán estaban en silencio en su propia mesada. Escuchaban los susurros y observaban los rostros desconfiados de todos los miembros de la realeza en ese jurado. Sabían que Stolas había dejado muy mal parado al rey de la codicia en esas instancias, las cosas no pintaban nada bien para ellos dos y su caso.

—... Estamos en la mierda, Satán —murmuró Mammon hacia su camarada con una rabia que estaba por hacerlo perder el control—. Por culpa de ese puto búho, ahora todos piensan que soy un jefe de mierda.

—Si. Nunca me había sentido tan jodido antes —admitió el rey de la Ira con la misma clase de furia que su compañero, observando con sus ojos teñidos de rojo brillante a todo su alrededor—. Y Steve es grandioso y mi verga es muy buena, pero... —gruñó con el sonido gutural de un animal descontrolado y se cruzó de brazos—. Se puede ganar un juicio si más o menos todos creen que tenemos razón. Y en este momento, nadie piensa que tenemos razón.

Volvieron a quedarse en silencio. Ambos pecados estaban pensando en demasiadas opciones, nunca los habían acorralado de esa forma, en especial a Satán. Sin embargo, el demonio de la ira terminó pensando en una idea sin escrúpulos. Allí no podía ganar la justicia, allí debía ganar el más fuerte y el más astuto.

—Descuida. Puedo revertirlo, Mammon —el pecado se levantó de su lugar y caminó hacia el palco del juez, quien era su pareja libre, pero pareja al fin. Satán le murmuró un par de palabras al oído, luego ambos salieron por la puerta de atrás del tribunal.

Todos percibieron ese movimiento a pesar de que los jurados charlaban entre si animadamente de lo que había sucedido con el testimonio de Mammon. Pero Stolas estuvo atento a su desaparición, la cual solo duró diez minutos. Fue muy raro, pero muy obvio.

De un momento a otro, Satán salió de allí acomodándose el traje y colocando su sombrero de la forma correcta sobre sus cuernos. Steve, el juez, volvió a sentarse en su lugar con un rostro agitado, mientras trataba de acomodar su túnica de juez. Se veía diferente que hacía diez minutos atrás.

Se veía como si le hubieran clavado la cogida más precipitada y caliente de su semana.

Asmodeus ni siquiera les estaba prestando atención, estaba al lado de su pareja y le sostenía las manos mirándolo fijamente. Fizzarolli lo observaba con sus grandes ojos luminosos, porque sabía que lo que sucedería allí en ese momento, sería el verdadero final para determinar su futuro.

—Puedes pedir un descanso en cualquier momento. Y recuerda, estoy aquí —le sonrió Ozzie con ternura—. Solo tienes que mirarme.

Fizz asintió y cerró sus ojos para tratar de tranquilizarce. Estaba en medio de un tribunal lleno de bestias crueles, pero no podía arrepentirse o dar marcha atrás. Tenía que terminar lo que había empezado de cualquier forma. Por su futuro y el futuro de Ozzie y Stolas.

—Bueno... Hay cambio de planes —anunció el juez en voz alta y golpeando su martillo contra su mesa—. Se invierte el orden del interrogatorio. La propiedad sube al estrado y el que comenzará con la intervención es el príncipe Stolas.

El repentino cambio de orden desorbitó a los presentes, en especial al búho y a su equipo. Satán se cogió al juez para invertir el orden, probablemente para dar un buen remate. No obstante, ese cambio improvisado no debería estar permitido.

—¿Por qué? —cuestionó Stolas con un rostro lleno de desaprobación hacia el juez, quien ya no le tuvo la más mínima paciencia al responder.

—Porque soy el juez en este juicio y puedo decidir lo que se me pegue la regalada gana —respondió grosero y sin filtros hacia Stolas, quien apretó los dientes y emitió ruidos de pequeños cacareos, como un búho rabioso—. Llamo al estrado a la propiedad en cuestión, nombrada Fizzarolli.

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