El veredicto

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Cuando el juez volvió a subir al estrado, luego de que el día del veredicto finalmente llegó, observó con parsimonía a todos aquellos demonios que estaban por debajo de él. Escuchó el murmullo general del tribunal, demonios de alta clase que estaban en lo suyo. Y, como siempre, de un lado estaba Satán y del otro Stolas, con sus respectivos clientes. Se tardó un poco más en organizarse, estaba sobrio y decidido ante el veredicto. Comenzó a escribir sobre una hoja dorada y con una pluma antigua lo que decretaría ese día.

Por su parte, Satán y Mammon no se miraban a los ojos. Estaban escuchando los susurros generales y algunos iban a favor y en contra. Puede que el rey de la ira haya sido persuasivo, pero no a muchos les gustaba su sádica forma de actuar. Era la primera vez que los nervios lo estaban carcomiendo, ya que el juez fallaba a su favor solo cuando era un caso relevante. Ese caso no le importaba a nadie de la realeza. Mammon estaba igual de jodido, observando a su alrededor con una expresión notablemente asustada por lo que escuchaba en su contra no desde el jurado, sino de los simples testigos que venían por el chisme.

Desde la mesada de Asmodeus, el gran pecado se mantenía unido a Fizzarolli. Era cuestión de esperar. El imp temblaba por la ansiedad de la espera y por el terror de todo lo que podría pasar luego de eso. Stolas se mantenía con su mirada clavada en el juez desde su asiento, sin poder apartar sus ojos suavemente apagados contra él. Ozzie le sostuvo ambas manos a Fizz, se inclinó a su altura y le susurró algunas palabras con una sonrisa dulce, solo para tranquilizar su corazón que no hacía más que sacudirse en su pecho por el pánico.

—Fizz, escúchame —acunó la mejilla suave de su pequeño, quien levantó la mirada hacia Asmodeus y lo observó con una expresión angustiada—. Quiero que estés tranquilo. Sabes que nunca me iré de tu lado y siempre te apoyaré, ¿cierto? —acarició su mejilla con un sonrisa repleta de pureza, con sus ojos verdosos llenando el corazón del contrario de unos sentimientos que necesitaba para poder calmarse. Fizz le asintió, pero su alma no podía tranquilizarce a pesar de todo.

—Lo sé, confío en ti —se refugió en su pecho y cerró sus ojos con fuerza, no le importó que todos lo miraran, necesitaba su contención más que nunca—. Solo te amo a ti.

—Te amo con toda mi alma —el pecado lo acarició, mimó su pequeño y frágil cuerpo y besó su cabeza mientras le frotaba los hombros y lo llenaba de confort—. Nunca me arrepentiré de haberte conocido. Aunque haya sido por Mammon, es lo único que puedo agradecerle.

Al separarse un poco, Fizz lo observó con grandes ojos brillosos y se le quedó mirando. Había un pensamiento que tal vez era algo ridículo. Pero necesitaba decirlo para aclarar dudas.

—Ozz... —arqueó una ceja con incredulidad— ¿Crees que... pueda renunciar y ya?

La opción dejó extrañado al rey de la lujuria, quien se le quedó mirando de forma pensativa.

—No puede ser tan ridículamente fácil —terminó diciendo con una sonrisa extrañada—. Hacer todo esto por nada... No, no es posible.

—Lo sé, pero, nunca lo he intentado —volvió a insistir Fizz—. Nunca había leído esos apartados que estaban escritos en las letras arcaicas de los pecados. Esas últimas páginas y su traducción... las he leído muchas veces —analizó en voz alta—. Y dicen que si renuncio por mi propia voluntad y frente al rey del anillo en cuestión en una corte y en su propia lengua natal-

—¡Buenos días a todos!

Finalmente, el juez saludó a la corte y empezó con la última sesión y el final del juicio que involucraba uno de los casos más peculiares del infierno.

—Jurado, defensa, fiscalía. He llegado a una conclusión y he tomado la decisión más apropiada en el caso del rey Asmodeus contra el rey Mammon en la demanda que consiste en anular el contrato de dicha propiedad en juego. Esto fue gracias a la ayuda del jurado y a los testimonios e interrogatorios de ambas partes.

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