Capítulo Veinticuatro: Planes

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Leonardo

Eran casi las siete de la mañana y yo apenas había logrado conciliar el sueño una o dos horas, la puerta de mi cuarto seguía cerrada e imaginé que las chicas seguirían durmiendo. Escuché llorar a Nadia una gran parte de la noche, tuve que controlar mis ganas de entrar y abrazarla tan fuerte para demostrarle que nadie más le haría daño; me sentía mal por no haber podido ayudarla, pero era mejor.

Toda la noche di vueltas sobre el sillón en el que me encontraba, era grande y comodo para usarlo como cama, pero la noche había sido tan caótica que parecía más duro que una roca. Hacia frío y estaba bien abrigado para no morir congelado en mi propia casa, pero la adrenalina de la noche había aumentado mi temperatura corporal. ¿Hice bien en golpear a ese sujeto?
¡Claro que hice bien!, no se qué habría pasado si yo no hubiera llegado.
Recuerdo el rostro que Nadia tenía cuando ese sujeto la tenía acorralada, su mirada era como si se huebiera de la realidad y sus mejillas estaban mojadas por el río de lágrimas que salían sin parar. ¿Qué tanto daño debió pasar para lucir así?

Me levanté del sofá y caminé hacia la puerta de mi cuarto, puse mi cabeza contra ella y cerré los ojos. Subí una mano lentamente siguiendo el patrón de la madera tallada, pensaba en lo que había pasado nuevamente, no dejaba de hacer ruido todo lo que paso en ese momento y el como la sangre me hierve de solo recordar lo que ese imbécil le hizo y después dijo. No soy nadie para hacer nada u obligar a Nadia a alejarse de él, pero había algo en mi pecho y era el terror y el miedo de no volver a verla; no me importaba si ella no se quedara conmigo, con tal de que ella estuviera bien y feliz, yo lo estaría.
Volví a alejarme de la puerta y caminé hacia el gran ventanal de mi sala, el sol aún no salía y la ansiedad me estaba matando; mi mano aún me dolía por el golpe que había dado la noche anterior, me temblaba y me preguntaba si habria hecho lo correcto, no quería darle miedo a Nadia y que tuviera una mala imagen de mí. No sabía qué más hacer, no podía entrar a mi cuarto por respeto a las dos chicas que se encontraban en su interior y hacer el desayuno no era una opción, porque todavía era muy temprano; pude haber salido a correr, respirar el aire frío y reflexionar todo lo que había sucedido, en vez de eso, me quedé sentado sobre el gran sofá viendo la televisión, cambiando los canales buscando algo entretenido que ver o que me pudiera distraer. Cuando estaba a punto de quedarme dormido por el aburrimiento y el cansancio, la puerta de mi cuarto se abrió y una pequeña, pero muy hermosa Nadia asomó la cabeza hasta encontrarme.

—¿Descansaste? —susurró cerrando la puerta tras de ella. Hasta ahora me dan cuenta qur al fin me estaba tuteando.

—Si —mentira, apenas pude cerrar los ojos—, gracias.

—¿Acostumbras a levantarte temprano? —se acercó poco a poco

—Si... Normalmente salgo a correr en las mañanas —no mentía, regularmente hago ejercicio en laa mañanas y me ayudan a manejar el estrés y la ansiedad.

Nadia no dijo más, se colocó a un lado del sillón más chico y se le quedo viendo, como si intentara descubrir si era bueno sentarse o estar de pie.

—Toma asiento —rompí el silencio y aclaré mi garganta—. Sé que es temprano, pero... ¿quieres algo de tomar?

—N-No, gracias —sonrió y bajo la mirada timidamente. Se acercó al sofa y se sentó lentamente sobre él, enrollo sus piernas y se cubrio la espalda y los brazos con algo que llevaba, era mi chamarra.

—Aún... la llevas puesta —señalé con nerviosismo mi chamarra.

—¡Ah! Es cierto —se la quitó y estiro su brazo para entregarmela—. Quise regresartela ayer y...

Mi Doctor Favorito | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora