Capítulo treinta y cinco: Después de la tempestad

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Nadia

A veces, el miedo llega a ser una emoción tan fuerte como muestra de debilidad. Para muchos, el miedo no es más que una distracción, una forma de saber como manipular a otros; para otros, el miedo es la fuerza que siempre necesitan para salir adelante y cumplir aquellas metas que siempre les temieron y pudieron alcanzar de algún modo.

Para mí, el miedo no solo era una emoción, una clase de ente de cuatro brazos que me mantenía tomada de los hombros con fuerza con dos de ellos, y el resto, qué me cubría la boca para evitar producir cualquier sonido. Eso era lo que más me temía, seguir en silencio.

Estaba recién amaneciendo, ya parecía una costumbre que despertara siempre a esa hora, pero no podía evitarlo. A veces, mi mente trabajaba tanto, qué me hacia creer que ya era tarde para hacer cualquier cosa y claramente era todo lo contrario.

Volví a enredarme con las cobijas, hacia mucho frío y yo estaba temblando sobre mi cama. Podría estarme congelando, pero aún así, disfrutaba el frío con tanto gusto.

Divise mi celular sobre la mesita de noche al lado de mi cama, estire mi brazo para tomarlo y poder ver los mensajes que no había visto ni contestado el día anterior; solo había mensajes de Sarah y aparte, un grupo en el que ella, Gargi, Miguel y yo habíamos formado para comunicarnos cualquier plan que tuviéramos en mente o si estábamos libre durante las clases.

Entré al chat de Leonardo, mis mensajes ya habían sido entregados, pero no leído; no quería imaginarme cosas que no y directamente bloqueé la pantalla para evitar tener cualquier pensamiento negativo, no podía ser celosa, obsesiva ni compulsiva con él como lo había sido con Marco.

“Mierda», pensé. Por más que trataba, él seguía perturbando mi mente y no me dejaba tranquila.

Odiaba el simple hecho de recordar su nombre, la sensación de repulsión y asco me llegaban a la garganta, podría ser vómito real o verbal, pero era lo que él causaba ahora en mí, solo eso, simple asco.

Tomé mi almohada y me la puse sobre mi cara, grité contra ella y después la aventé a uno de mis costados.

—Ya déjame en paz —dije en voz baja, no quería que nadie me escucharla en caso de que ya hubiera alguien despierta aparte de mí.

Volví a tomar mi almohada y la acomodé en su lugar, yo me moví varias veces sobre el colchón hasta encontrar una posición comoda dónde pocos segundos después, mis párpados se volvieron pesados y poco a poco se fueron cerrando hasta quedarme dormida.

Creía que volver a dormir me haría estar más descansada y relajada, pero fue todo lo contrario; desperté agitada por el timbre de mi celular, no era la alarma, si no, el sonido de una llamada entrante. Al ver la pantalla, mi rostro se iluminó y completamente emocionada respondí la llamada.

—¿Bueno? —esperé a la respuesta.

—¿Nadia? —su voz se escuchaba entrecortada, me preocupe inmediatamente.

—¿Estás bien? ¿Qué sucede? —me levanté de la cama y espere de nuevo que me contestara.

—¿P-Podemos… Podemos vernos hoy? —se escuchó un jadeo, como el que uno tiene cuando llora demasiado.

—Si —respondí con total seguridad—. ¿Dónde te veo?

—Te mandaré… la dirección —hizo un pausa—. Date prisa.

No me dio tiempo a responder cuando la llamada había sido colgada. Me apresure a buscar la ropa que usaría, dado por la urgencia del momento, no tenía el tiempo de combinar un atuendo bien pensado, solo uno pantalón de mezclilla, una blusa de cuello de tortuga térmica y los tenis negros que casi siempre usaba.

Mi Doctor Favorito | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora