Capítulo Cincuenta y cuatro: Desesperación

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Leonardo

Me faltaba el aire, sentía un fuerte dolor en el pecho, mis piernas se habían pegado al suelo y mis rodillas empezaban a fallarme. Ver que alguien más la besaba fue el golpe más doloroso que había recibido en mi vida.

Ella notó mi presencia cuando aclaré la garganta por error. No quería que se diera cuenta, pero el pelirrojo ya me había visto.

—Leo —escuché que decía mi nombre en voz baja, casi como un susurro.

—No se preocupen, yo nunca estuve aquí… —di un paso atrás y me di media vuelta para irme de ese lugar.

Volví a escuchar mi nombre, pero no volteé. Seguí mi camino, o más bien, caminé solo hacia adelante sin rumbo.

Desde un principio estaba en desacuerdo en ir al centro comercial para encontrarme con Sam. Sabía que podría encontrarme con Nadia y que me sería imposible no acercarme a ella y abrazarla con todas mis fuerzas. Pero en vez de eso, recibí un golpe en el corazón.

Era mi culpa por no haberle hablado con la verdad desde el inicio. Sabía que ella se enteraría de algún modo y que podría perderla, pero en vez de decírselo, me callé y fingí felicidad con Siena en todas esas reuniones en casa de mis padres y de sus abuelos.

Llegué al estacionamiento, busqué mi auto y subí rápidamente a él, pero no lo encendí. Me quedé mirando al frente, sin un punto en especial. El dolor y la tristeza se combinaron, y el enojo llegó a mí haciéndome golpear con fuerza el volante. Me llevé las manos a la cabeza y la sacudía una y otra vez, deseando que lo que vi nunca hubiera sucedido.

“La perdí, la perdí, la perdí”, repetía en voz alta una y otra vez.

Jamás había sido tan creyente en una religión y la única vez que había implorado tanto a un Dios fue cuando Daphne falleció. Incluso me había tirado al suelo para suplicar aquella vez. Y ahí, en mi auto, volví a hacerlo, pidiendo una oportunidad, una señal de que Nadia seguía amándome y que lo que había visto fuese un desliz o un atrevimiento por parte de ese chico. Ella podía estar con quien quisiera, pero me mataba la idea de que alguien más la hiciera feliz, que besara sus labios o la abrazara con tanto amor y que ella le correspondiera.

No podía perderla tan fácilmente y tan rápido, no así.

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Estaba tirado sobre mi cama, mirando el techo y sintiendo esa presión horrible sobre mi pecho.

Mi celular había sonado una y otra vez; ni siquiera me había molestado en ver quién era el responsable de ese sonido tan molesto, hasta que el timbre de mi departamento sonó. Fingí que no había nadie, pero cuando se trataba de Sam, no podía esconderme.

—Lane, ¡abre la maldita puerta! —volvió a tocar con fuerza—. ¡No estoy bromeando!

Me quejé y me levanté de la cama sin fuerzas, arrastrando los pies hasta la puerta para abrirla.

—Pensé que te habías suicidado y que debía ponerme en contacto con esa chica para darle su herencia —se cruzó de brazos y negó con la cabeza.

—Estoy a nada de entregarte mi testamento —suspiré y me hice a un lado para dejarla pasar.

Sam caminó hasta la sala de estar y miró en varias direcciones.

—Supuse que estaría hecho un desastre —dijo, volviendo a girar para mirarme—, pero al menos eres limpio.

Mi Doctor Favorito | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora