Capítulo Veintinueve: Ansiedad

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Nadia

Volvía a ser lunes y la rutina de la semana comenzaba una vez más, solo con la diferencia de que iba aún más emocionada por el reencuentro con la persona que hacia latir mi corazón como si hubiera corrido una maratón. Nada cambió en el inicio del día, debía vestirme, desayunar algo, salir de mi casa y tomar el autobús para llegar a la facultad; esa rutina no cambiaría al menos por un tiempo.
Al llegar a la universidad, esperaba encontrarme con Leonardo por el estacionamiento o por el recorrido que llevaba al edificio principal, en vez de eso, solo vi su auto estacionado y a una Sarah que esperaba ansiosa en la entrada del edificio.

—Por fin llegas —posó sus manos sobre su cintura—. Estuve esperando por noticias tuyas y de tu cita, en vez de eso, solo recibo un mensaje con un “te veo el lunes”.

Cruzó sus brazos indignada a la vez que daba pequeños golpes al suelo con su pie.

—Te lo merecías  —le dije con firmeza.

—¿Qué? —me miro haciendo una expresión de indignación combinada con la confusión—. ¿De qué hablas?

—Tu último mensaje —enfatice—. Por poco más y él veía ese mensaje.

—Hubiera sido lo mejor —sonrió—. Estoy segura de que él también necesita esa clase de relajación.

—¡Dios, Sarah! —mis mejillas se ruborizaron con tal idea en mi mente—. Ya hay que ir a la clase.

—Claro. No hay que hacer esperar a tu querido amor —me tomó del brazo y soltó una carcajada que hizo eco en el interior del edificio.

Ambas caminábamos a la par por el pasillo, a lo lejos vimos a Miguel y este nos saludo agitando su mano para después desaparecer al doblar una esquina.
Sarah me empujó al salón, esté se encontraba aún vacío a excepción de la asistencia de una persona en específico.

—¡Uy, pero que tonta soy! —Sarah se dio un pequeño golpe en la frente—. Olvide algo. ¡Vuelvo en seguida!

Salió del salón dejándonos solos al hombre de hermosos ojos azules y a mí.

—Buenos días, doc —pronunció animado con una sonrisa que permitió ver sus hermosas perlas blancas.

—Buenos días, doctor —saludé de regreso.

Como era costumbre, el silencio se apoderó del ambiente por un par de segundos hasta que Leonardo volvió a hablar.

—¿Qué tal tu fin de semana? —ladeó su cabeza mientras me veía.

—Más que bien. No hice mucho, estuve todo el tiempo en mi casa —bromee.

—¿De verdad? Juró haberte visto en la feria del muelle —las yemas de sus dedos golpeando levemente la madera del escritorio.

—¡Ah, si! —una risita escapo de mi boca—. Estuve ahí el sábado, tuve una agradable compañía.

Ambos reímos ante mi respuesta para después mirarnos fijamente.
Leonardo se puso de pie y se acercó a mí, una de sus manos paso muy cerca de mi rostro y acomodó un pequeño mechón tras mi oreja para después descansar sobre mi mejilla. Mi corazón latía con fuerza y parecía que estaba a punto de explotar con cada centímetro que su rostro se acercaba al mío; su boca estaba tan cerca de la mía, tan cerca que bien podian haberse fundido en un beso cálido, qué se vio interrumpido cuando una tos fingida nos alerto provocando que nos separáramos de golpe y cada quién tomará su lugar en el salón. Sarah entró casi corriendo al salón y se colocó justo un asiento frente al mío.

Mi Doctor Favorito | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora