Capítulo Veinte: El recuerdo de un viejo amor

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Leonardo

La cabeza me retumbaba; de un lado estaba el ruido del estrés, los parciales estaban a una semana de iniciar y debía preparar los exámenes para mis alumnos. Por otro lado, estaba Siena insistiendo en hablar o en volver a intentarlo, pero para mí ya no era una opción ni deseo, quería estar lo más lejos posible de ella y más ahora que me sentía más cerca de Nadia y no iba a permitir que Siena arruinara mis días con su insistencia.

Después del día en que le regalé aquella bufanda, buscaba la manera de encontrarme con ella en los pasillos del edificio o en los jardines de los alrededores; cuando logré encontrarla el día posterior a nuestra “cita”, ella llevaba la bufanda y se veía tan linda. Había elegido bien el color, le sentaba tan bien y la hacía sobresalir.

Cuando llegó el día de la práctica en el anfiteatro, quería aprovechar la oportunidad para estar más cerca de Nadia, el problema era que cualquiera de los que nos rodeaba podría darse cuenta de mis intenciones y reportarme con las autoridades o bien, crear un rumor alrededor de Nadia y eso era lo que quería evitar para que no la lastimaran. Aún así, estuve cerca de todos los alumnos, orientando o cuestionando y cuando por fin pude estar cerca de ella, noté la forma en que suturaba y no estaba mal, pero le llevaría mucho tiempo en cerrar el ejemplar y debíamos salir cuanto antes para que el siguente tomara su turno. Además, debía darles la instrucción de que era lo que yo quería que hicieran en las copias que había pedido. Nadia se alteró cuando mencioné la actividad, no había entregado las hojas a sus compañeros y la tranquilice pidiéndoles a todos que se formaran para entregarles las respectivas copias. Al terminar, vi la oportunidad perfecta para hablar con ella y descubrir más datos interesantes de sus cualidades y virtudes, pero me era imposible no querer acercarme más a ella cuando sus mejillas se pintaban de un rosa tan bello.

—Permíteme ser tu amigo, Nadia —me acerqué a su rostro para depositar un pequeño beso sobre su mejilla. Al separarme, me percaté de que sus hermosos ojos estaban abiertos de par en par. Quise hablar, pero las palabras se atoraron en mi garganta y la necesidad de huir me permitió despedirme—. Nos vemos el viernes.

Recogí mis cosas del escritorio, le sonreí una última sonrisa antes de rodearla y cruzar la puerta del salón. Mientras que una caminando, frote mi rostro con una mano, suspire exasperado y me detuve justo frente a la gran puerta del edificio que daba hacía el jardín conectado al estacionamiento.
Había pasado todo tan rápido que aún no entendía lo que había hecho, por un momento mi cuerpo se gobernó sólo y mis labios se dirigían a los de Nadia, pero salí del control de mi propia mente y desvíe mi cabeza hacia su mejilla. No iba a negar que deseaba poder recibir o darle un beso, pero no podía invadir más su espacio personal y lo que menos quería provocarle era una incomodidad tan grande.

Caminé hacía el edificio de las oficinas, fingí sentirme mal y me permitieron la salida antes de mi horario. Caminé por el estacionamiento hasta llegar a mi auto, ya dentro, dejé mi portafolio en el asiento del copiloto para después dejar caer el peso de mi cabeza sobre el volante.
Me dolía la cabeza, pero el corazón me latía tan rápido a comparación al día en que estuvo como oyente en la clase de aquella tarde, fue el mismo día en que por primera vez me despedí de ella con un beso en la mejilla. Podría no significar nada, pero era el primer acercamiento que tenía con ella y de ese estilo.

«¿Qué debería de hacer?», me preguntaba una y otra vez; un debate se dio en mi mente hasta el cansancio. Era pensar en las ventajas y desventajas, pero también debía pensar en que sería bueno para ella.

Mi Doctor Favorito | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora