Capítulo treinta y ocho: Un cosquilleo

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Nadia

Le había dejado un mensaje a Leonardo para saber como le había ido en su compromiso, pero seguía sin tener una respuesta de su parte. Estaba preocupada de que fuera algo grave y que haya preferido no contármelo para que estuviera tranquila, pero eso hacía que me preocupara más.

—¿Aún no te responde? —preguntó Sarah.

—No y no sé si debería llamarlo a su celular —suspire.

—No creo que sea conveniente —mi amiga poso una de sus manos sobre mi hombro—. Tal vez sigue ocupado y podría meterse en problemas o que le llamen la atención por el celular.

—Tal vez tienes razón, pero aún así no puedo dejar de preocuparme —me llevé las manos a mi cabeza y agite mi cabello por la desesperación al grado de despeinarme y dejar mi cabello completamente esponjado.

—Peeeero… —sonrió de forma malísima.

—¿Qué? —la mire extrañada.

—Podrías ir a buscarlo a su departamento —me dió un par de golpes con el codo.

—No me acuerdo como se llegaba —me quejé en una clase de puchero mientras fingía llorar.

—Mierda… —golpeo la mesa.

El resto del tiempo que estuvimos sentadas en la banca frente al pasto de la facultad, la pasamos en silencio pensando en como comunicarme con Leonardo, pero fue en vano y no obtuvimos resultados, solo me quedaba esperar a que él se comunicará conmigo.

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Estaba paranoica, no había señales de vida por parte de Leonardo y los mensajes que había dejado seguían sin tener respuesta alguna, sentía que me volvería loca.

Estaba lista para mandar de nuevo un mensaje hasta que mi pantalla cambio para mostrarme una llamada entrante, era él: mi Leonardo.

—¿Hola? —pronuncié ansiosa.

—Nadia —lo escuché suspirar.

—¿Cómo te fue? —seguía ansiosa. Lo escuché suspirar nuevamente, pero no respondió—. ¿Leo?

—No quiero hablar de eso, por favor —dijo suplicante.

—Claro… —estaba desanimada. Supuse al inició que él me contaría todo en algún momento, pero no fue así.

Mientras la conversación avanzaba, más nos alejábamos del tema de su reunión. Me sentía mal, tal vez, me creía inmadura e inexperta para contarme un tema importante como pudo ser su reunión.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—¿Por qué? —dije aún distraída por mis pensamientos.

—Te notó distraída.

«¡Bingo!».

—No, solo estoy un poco cansada —suspire.

—¿El día estuvo pesado? —lo escuché reír a lo lejos. Sabía que se estaba refiriendo a su ausencia y yo iba a jugar un poco con eso.

—Un poco, pero es más cansado cuando está el profesor de la primera clase —bromeaba.

—¿Ah si? —pude escuchar una falsa indignación.

—Ajá.

—Ojalá nunca te escuche, porque el castigo podría ser severo —su voz se torno ronca, provocándome escalofríos.

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