Capítulo Sesenta y cinco: Un poco de esperanza

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Leonardo

Mi celular no dejaba de sonar; recibía llamadas de Sam y Sarah, ambas preguntando lo mismo: "¿Nadia está contigo?" Poco después, comenzaron a llegar mensajes del resto de mis amigos y de los de Nadia, todos preguntando lo mismo. La ansiedad empezaba a consumir por no tener ninguna señal de ellos o de Nadia.

Me dejé caer en el sofá, incapaz de procesar lo que había visto. La imagen de Nadia en esa situación era como un golpe directo al corazón. Sentí como si el suelo se desmoronara bajo mis pies. La desesperación se apoderó de mí y la impotencia me paralizó.

Llamé a la policía, pero las horas siguientes pasaron en una bruma de incertidumbre y miedo. Cada segundo que pasaba era una eternidad; cada sonido me hacía saltar. Mis amigos intentaron calmarme, pero nada podía aliviar el terror que sentía.

El recuerdo de la última vez que vi a Nadia, su sonrisa radiante y su risa contagiosa, se mezclaba con la imagen de la foto. No podía dejar de preguntarme quién estaría detrás de esto y por qué. ¿Era una venganza de Siena? ¿Algo que había pasado desapercibido?

A medida que el tiempo pasaba, las horas se convertían en días y la angustia crecía. No podía dejar de pensar en Nadia y en lo que estaría pasando. La incertidumbre era insoportable y la impotencia me carcomía.

Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarla, pero por ahora, lo único que podía hacer era esperar y esperar que el terror que me consumía no se convirtiera en una realidad irreversible.

Sin embargo, la espera se volvió insoportable. Decidí tomar el asunto en mis propias manos y fui a buscar a Siena en casa de sus abuelos. Al llegar, toqué la puerta con fuerza, la ansiedad y la desesperación se mezclaban en mi pecho. La abuela de Siena abrió la puerta, sorprendida de verme.

—Leonardo, ¿qué haces aquí? —preguntó sorprendida.

—Necesito hablar con Siena. Es urgente —dije, tratando de mantener la calma, aunque mi voz traicionaba mi agitación.

La expresión en el rostro de la abuela se volvió preocupada.

—No sabemos dónde está Siena. Desde el día del juicio no la hemos visto —respondió, sus ojos llenos de preocupación genuina.

El abuelo se acercó, escuchando la conversación.

—Pensamos que tal vez tu sabrías dónde podria estar o si está con alguien más, pero no hemos tenido noticias suyas —añadió, con un tono grave.

Sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. Mis esperanzas de encontrar respuestas se desvanecían rápidamente. La desesperación volvió a apoderarse de mí, pero no podía rendirme.

—Si saben algo, cualquier cosa, por favor, díganmelo —supliqué.

—Lo haríamos si pudiéramos, Leonardo. Estamos tan preocupados como tú —respondió la abuela, su voz temblaba y sus ojos se cristalizaron. Tal vez sospechaban ya de algo y grave.

Me quedé un momento más, intercambiando palabras sin sentido, sintiendo el peso de la incertidumbre aplastarme. Finalmente, me despedí y volví a mi coche, el silencio opresivo llenando el aire.

Mientras conducía de regreso, mi mente corría a mil por hora, buscando alguna pista, alguna idea de dónde podría estar Siena. No podía permitir que Nadia sufriera más tiempo. No podía dejar que el miedo y la desesperación me paralizaran.

Decidí que mi próxima parada sería con la policía nuevamente. Necesitaba que intensificaran la búsqueda. No descansaría hasta encontrar a Nadia, hasta que ella estuviera a salvo y pudiera abrazarla de nuevo.

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