II

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La pequeña piedra surcó el aire con la misma intensidad con la que fue lanzada. Danilo sostenía su bicicleta mientras seguía el ritmo de Carlos, quien iba a su lado. En otras palabras, avanzaban a una velocidad tortuga.

— Esa colorada de mierda — se quejó, lanzando otra piedra con un gesto de disgusto —. La veo y me desconozco, me olvidó que es chica y todo — comenzó a hacer movimientos extraños con sus piernas, simulando patear a una persona —. Que me dice falopero esa, ¿quién se cree? —.

— No la soltaba más —  comentó Carlos mientras observaba la entrada del colegio —. Te re picas por nada, Uru. Déjate de joder —.

El castaño empujó a su amigo tras soltar la bicicleta. Tevez lo miró con una mezcla de sorpresa y confusión ante su reacción.

— ¿Qué? — preguntó con enojo —. ¿Ahora te pone en mi contra, vos? ¿eh? —.

— Parece que de tanto que no dormiste, ese cerebro tuyo se autoconsumió — se burló, metiendo ambas de sus manos en sus pantalones —. ¿No te metiste en la droga vos? ¿Verdad? —.

— ¿Qué flasha estupideces vos? — cuestionó molesto —. Si seguís con esas teorías de mierda, mira que te tiro la bici y todo — se despeinó el cabello —. Me falta dormir seguro, ayer no dormí por culpa de mi vecina, no sé callaba más —.

Una figura pasó junto a él, desconcertándolo. Era la pelirroja, y sus ojos se abrieron ampliamente al observarla alejarse. No perdió tiempo y dejó a su amigo atrás, corriendo tras ella.

— La concha de la lora — se quejó Carlos mientras recogía la bicicleta del piso —. Se va a armar un re quilombo —.

El castaño agarró el hombro de la chica, obligándola a voltear. Ella lo miró con un desagrado evidente y suspiró.

— ¿Qué me seguís? — preguntó mientras acomodaba su mochila en su hombro —. ¿Quién te crees para tocarme, vos? —.

Como si fuera una obra de teatro, la mayoría de los alumnos de aquel lugar dejaron de hablar, haciendo que solo resonara la voz de la que había hablado previamente. Todos, curiosos y atentos, observaban lo que parecía que se convertiría en un escándalo.

— ¿Por qué me dijiste falopero ayer? — preguntó en un tono molesto —. ¿Que te crees mucho porque sos cheta, vos? que te hacees —.

— ¿Y como querés que te llame entonces? — indagó mientras ponía una mano en su cintura —. Encima que tenés cara de pelotudo, tu personalidad demuestra tú falta de tornillos — se encogió de hombros —. Cualquiera diría que consumis merca por tu actitud —.

— ¿A vos no te educan luego? — interrogó —. ¿Que le decís drogadicto a alguien que ni conoces? Encima que sos un re cero a la izquierda — recorrió su mirada por su cuerpo —. Te crees toda y nadie te conoce —.

— Mira que hablas al pedo vos — se quejó ella intentando irse —. Soltáme pelotudo, yo si estudio, no como otros que vienen a calentar el banco —.

— ¿Qué decís? — bufó molesto —. Se nota luego que no te educan, seguro tu vieja se murió por eso, por tu temperamento de mierda —.

Ella, visiblemente incómoda ante las miradas de todos y las palabras sobre su difunta madre, apartó su brazo con odio. No sin antes expresar lo que sentía con una sonora cachetada que resonó como un eco en todo el colegio.

No dijo una palabra, pero esa simple acción hizo que Danilo comprendiera que se había excedido. Al principio, era solo por orgullo, luego le causó gracia su reacción, pero en ese momento, se sintió peor que el viejo enfermo de Cachucha; se sintió miserable.

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora