XLIII

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Aunque quizás el dolor de su brazo debía desaparecer, a pesar de sus molestias persistentes con el incómodo yeso, las muecas de dolor asomaban de vez en cuando en su rostro, especialmente al realizar movimientos bruscos al caminar o al intentar estirar el brazo por inercia. La pelirroja, quien lo acompañaba en ese momento de regreso a casa después de numerosas súplicas, no ignoraba estos quejidos.

Una nueva mueca de dolor apareció en su rostro cuando intentó recoger el jugo de cartón que se le había caído.

—Vo’ no so’ más boludo porque no podé’ —dijo la pelirroja, sujetando su brazo enyesado y observándolo con atención—. Tené’ que tenerlo re quieto, así, acá en la panza —colocó su brazo sobre su estómago—. No lo agites como si fueras un pájaro intentando—. No lo mueva’ como si fuera’ un pájaro tratando de volar, boludo.

Con una sonrisa burlona, él tocó la punta de su nariz con su mano hábil, provocando una mirada confundida en la chica, ante aquella mueca él no tardo en reír.

—Viste que sí te preocupá’ por mí —sonrió ampliamente al percibir cómo ella se estaba abriendo más ante él—. Mirá vo’, te hacé’ la viva con todo’, pero cuando está’ conmigo so’ má’ dulce que el dulce de leche.

—¡Mirá vos! Parece que tené’ una onda re zarpada con el dulce de leche —dijo, alzando la mirada hacia él debido a la notable diferencia de altura—. ¿Te gusta tanto? Todo el día nombrandolo... —susurró con una sonrisa traviesa, inclinando la cabeza ligeramente—. ¿Tengo que empeza’ a pensa’ que me estás boludeando?

Sánchez tomó su mentón con delicadeza, acercando su rostro al de la colorada.
—Mirá, si me ponen en una encrucijada entre vo’ y el dulce de leche... —frunció el ceño, mientras sentía sus ojos cafés fijos en él—. Lo digo sin vuelta’, me quedo con el dulce de leche, papá, ni lo pienso do’ vece’.

Mientras ella cruzaba los brazos y comenzaba a caminar, Danilo rió ante su reacción y la siguió de cerca. Luego, recostó su mentón sobre sus hombros. Ella se tensó al sentirlo tan cerca, y caminó un poco más despacio luego de sentir contacto, ante esto él solo sonrió.

—Che, mirá, te tiro una posta, vo’ me gustá’ má’ que el dulce de leche —susurró, con una vocecita apenas escuchable—. No tené’ idea lo que significá’ para mí, posta. Me gusta’ antes que el asado del Segundo, ¡y mirá que se la re clava con el asado! —hizo una pausa pensando si continuar—. Y sabé’ qué, puede se’ que te la ponga en el mismo nivel que al fútbol, puede ser...

Martina detuvo su paso y se alejó de él, lo que provocó que Sánchez la mirara confundido por su reacción.

—¿Má’ que el fútbol? —tiró, con un gesto de desaprobación—. No puede ser, vo’ so’ fanático del fútbol.

—Che, pero también me gustá’ vo’, ¿eh? —dijo él, poniendo su mano sana en su mentón, como si estuviera reflexionando—. ¿Me va’ a hace’ elegi’ entre un fulbacho y vo’? —La chica bajó la cabeza con un poco de vergüenza—. ¿Qué pasó?

—Ay —susurró—. No tendría que preguntarte si te gusta má’ el fútbol... —levantó la cabeza—. Claramente el juga’ a la pelota e’ tu vida —pensó un toque y sonrió—. Yo soy má’ como un amor adolescente, lo tuyo con el fútbol e’ el amor posta —dijo decidida—. Lo que quiero deci’ e’ que no me importaría ser la segunda cosa que más te gusta.

—Pero no so’ la segunda —ella frunció el ceño—. Ante’ que vo’ está mi bici.

—Bueno, la tercera —dijo con una sonrisa—. Está bien, no me molesta.

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora