XVIII

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La colorada se encontraba sentada en las escaleritas de la tienda, su mirada estaba perdida, y su mente estaba revuelta. Las ganas de vomitar al recordar aquel rostro de agonía, de sorpresa total y de miedo, solo con pensar en eso su estómago se revolvía, queriendo expulsar toda la comida que había ingerido ese día. Aunque, las últimas dos veces que vomito, prácticamente solo escupía jugo gástrico, pues su estómago se encontraba totalmente vacío.

Los adornos de pajaritos de la tienda hicieron ruido cuando Danilo salía, el castaño leía con cuidado una pequeña hoja que le había entregado Don José, dueño de la tienda. En esta estaban las indicaciones para el medicamento que le había dado, para evitar que ella se descomponga aún más.

Con cuidado, se arrodilló frente a ella y abrió la botella de agua, el líquido cayó en un pequeño vasito de helado que había conseguido. Quitó tras este un medicamento en gotas, para comenzar a ponerlas en el agua, dandole un color al líquido cristalino.

Se la extendió a la pelirroja, la cuál sin preguntar la agarro, observó un momento el líquido y lo tomó sin rechistar. Sin preguntar que era, o para que servía, solamente lo tragó.

— Toma agua encima si no te gusta — ofreció, entregándoles la botella de agua. Ella bajo el vaso y la tomo, agradeciendo en un susurró —. Fué muy fuerte para vos — comenzó, en su voz se notaba el arrepentimiento —. Yo sabía que iba ser así pero igual que llevé, mi culpa es que estés así —.

Ella negó con lentitud, Sánchez; en cambio solo observaba su perfil, sus ojos estaban perdidos y su mirada demostraba que estaba más en sus pensamientos que junto con él.

— Che, si querés llamo a tu tía — ella volteó rápidamente hacia él, negando —. Es medio tarde, se va a preocupar... Encima estás re pálida —.

— El susto del momento nomás es — hablo, por primera vez después de un buen tiempo —. No quiero ir a mi casa ahora... quiero estar sola un rato —.

El suspiró, entendiendo su punto.
— Y lo peor es que estés sola — susurró, levantando la vista —. Le voy a llamar a tu tía para que sepa que estás conmigo — se levantó, limpiando sus rodillas —. El de la tienda me va a prestar el teléfono, no te muevas — mando mientras la señalaba —. Quédate ahí —.

Rodríguez, abrazo sus rodillas viendo como los autos pasaban, no podía evitar de pensar en eso, la sangre le daba un asco terrible. El recuerdo de su madre la inundaba más que el propio joven, lastimosamente fallecido.

Jacqueline, su madre; había tenido un accidente mientras iba junto a ella en el campamento. Pero no todo pasó como el padre lo cuenta, al contrario había sido algo más complicado. Pues cuando la pelirroja iba en busca de su hija por una pelea que había tenido con el padre, los frenos no hicieron su trabajo y perdió el control, falleciendo después de unos minutos. Dejando a Martina mirando como su madre agonizaba a un lado suyo. Y quizás el no hablar de eso e ignorarlo por completo había vuelto más difícil su luto, siendo que ya habían pasado más de un año.

— Hola — saludó el castaño, tomando el teléfono con ambas manos —. Danilo soy — añadió sonriendo —. Sí, si ella está conmigo — asintió —. Sobre eso, doña... queríamos quedarnos un rato más el la plaza —.

Observó su Martina aún se encontraba afuera y suspiró el verla.

— No, mira acá el papá de un amigo me prestó el teléfono — guiñó un ojo al mayor, quién solo rió negando —  Sí, no se preocupe que yo la llevo sana y salva — sonrió ampliamente —. ¿Cómo va a desconfiar de mi? Nadie le va a tocar un pelo si está conmigo doña — rió —. Bueno, Raquel — negó sintiendo un escalofrío —. No, no puedo. Nos vemos después — asintió —. Si, chau —.

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora