XLIV

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—¡Dale, dejate de joder! —masculló Danilo mientras veía la multitud de gente amontonada en el pasillo, como sardinas en lata—. ¿Qué onda? ¿De acá salimo’ con ropa o con María?

—Deja de decir pavada’ —Martina le clavó un codazo en las costillas, como para recordarle que ella no quería joder por el momento—. Vine el otro día con la vieja y quiero ver si está la pulserita que me gustó.

—¿En serio por eso tengo que pasarme por acá? —bufó Danilo, arrastrando los pies con desdén—. Estoy reventado, vo’ tenía’ que veni’ sola nomá’.

—La cara te voy a reventar si seguí’ diciendo boludece’ —Martina hizo una mueca, enojada por el comportamiento del chico—. Así que cerrá la boca y ayudame a encontra’ la pulserita con la estrella.

—Ah, la pulserita con la estrella... —resopló Danilo, con tono sarcástico—. ¿Qué má’ queré’? ¿Un unicornio rosado?

Martina le dio un cachetazo en la cabeza que lo dejó viendo estrellitas de verdad. Danilo se frotó el golpe, como si eso le devolviera algo de dignidad.

—¡Eh! ¡Bueno, che, tanquila! Tengo el brazo enyesado, ¿no ve’? —le mostró el yeso como si fuera la única salvación que tendría ante ella—. ¡So’ re bruta vo’!

—Te falta mucho má’ que un yeso para arreglarte la cabeza, campeón —se burló de él mientras negaba—. Últimamente está’ má’ pesado que la señora chismosa de la esquina, eh.

—Mirá quién habla —le respondió Danilo, como si ella fuera una santa—. Ni sé por qué carajo sigo aguantándote.

Sánchez amagó con rajarse, pero Martina le agarró la mano buena y le sonrió con esa sonrisa de bruja, de esas que te hace temblar las piernas.

—Si te va’, esto se termina —le soltó, levantando la ceja burlándose de la mueca que hizo al escuchar eso—. Vo’ sabrá’.

—¿Y eso qué e’? ¿Una amenaza? —Danilo frunció el ceño, tratando de hacerse más grande—. Yo puedo vivi’ de lo má’ bien sin vo’, ¿eh? ¿Podé’ vo’ sin mí?

—Dale, seguí haciendo el boludo —Martina se burló, como si estuviera leyendo su mente—. Pero despué’, cuando me extraña’, corré’ detrás mío como un perrito. Porque vo’ sabé’ que me necesitá’.

—Que decís —Danilo se cruzó de brazos, mirando a cualquier otro lado menos a ella, ya que sabia que su rostro estaba mas rojo que lo colorado de su cabello—. Yo puedo vivir lo más tranquilo sin vo’. No te hagá’.

Martina dejó escapar una risa corta y áspera, de esas que no esconden el desprecio.

—Mirá, mejor ahorrate el verso. No soy otra de tu’ noviecita’ —le espetó, mientras tiraba de su mano para arrastrarlo de nuevo al tumulto del mercado—. No te confunda’, ¿eh? Una cosa es estar junto’ y otra, que me haga la loca por vo’.

Danilo forcejeó un poco para soltar su mano, pero el movimiento fue torpe y Martina apretó más fuerte. Ella parecía tener una manera de ejercer control sin ser agresiva, como si todo lo que hacía fuera un juego, aunque ambos sabían que estaba lejos de serlo.

—¿Y si te digo que me chupa un huevo lo que pensá’? —dijo Danilo, intentando sonar firme. El yeso no lo ayudaba a defenderse y su tono sonaba algo inseguro, pero no quería darle el gusto a Martina.

La amaba, pero últimamente su relación se había vuelto un sinfín de peleas. Aunque, no en el mal sentido, eran peleas absurdas. Cómo si hicieran algo más interesante su relación.

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora