XLI

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El entrenador se aproximó a los dos jóvenes, primero mirando a la pelirroja como si buscara su aprobación antes de acercarse. Aunque era solo una niña, le inspiraba cierto temor después de presenciar cómo dejó la cara de Martín.

—No creo que te pegue a vos, che —bromeó Danilo entre dientes, conteniendo un quejido de dolor—. Igual, si no le hacés nada, ella tampoco lo hará.

—Mirá cómo tenés eso, Danilo —señaló su brazo con preocupación—. Dale, vamos, te llevo al hospital.

El castaño lanzó una mirada al mayor, temiendo que toda su vida de mierda saliera a la luz. Que descubriera cómo vivía, con su viejo en cana y su mamá que ni figuraba. Quizás... Ya no lo querría en Liniers. El miedo lo invadió, parecía que dolía más que el brazo, que posiblemente estuviera fracturado.

—No, no —negó rápidamente—. No hace falta, ¿qué hospital? Ya me va a pasar.

El entrenador observó el hematoma en su brazo, la inflamación del golpe y lo rígido que estaba.

—Danilo, eso mínimo está luxado —afirmó con preocupación, ladeando la cabeza—. Dale, dale. Vamos, te llevo.

Rodríguez lo miró y en un instante imaginó todas las posibles consecuencias, todas las formas en que podía terminar. Los futuros alternativos, la vergüenza, el miedo. Todo pasó por su mente en menos de dos segundos.

—Che, tiene razón —intervino Martina—. Te ves re mal.

—No, no hace falta —insistió, mirando mal a la pelirroja por un momento, rogándole con la mirada que no se metiera—. Ahora voy a mi casa y... si me duele, le digo a mi mamá que me lleve a la salida.

Su mamá... otra vez inventando historias. El corazón de Rodríguez se hizo trizas al darse cuenta de que no solo le mentía a ella, sino a todos, tratando de evitar el juicio. Como si la forma en que vivía fuera su culpa. Como si no pudiera encontrar refugio en otro lugar. Como si quisiera hundirse solo.

—Está el hospital a dos cuadras —insistió el entrenador, sin dejar de observar su condición, también pensando—. ¿Por qué te pregunto? —preguntó retóricamente—. Dale, vamos, te llevo. Dale.

—No hace falta, profe —insistió, tratando de mantener la calma—. Ahora pasa mi viejo. Me va a buscar, a mí y a Martina... Y además, mi mamá es enfermera, así que... ella sabe de estas cosas.

La colorada se estaba conteniendo, guardando todas las palabras que quería decir. Se estaba aguantando las lágrimas al ver cómo él negaba todo, cómo buscaba una solución por sí solo. Le dolía, odiaba verlo así, odiaba que sintiera y, claramente, también le molestaba que fuera tan normal... le daba tanta rabia que el chico no aceptara ayuda, ni de ella ni de nadie.

—Bueno, dejame que te lleve a tu casa entonces —siguió el entrenador.

—No, pero te estoy diciendo que va a pasar mi viejo a buscarme —insistió.

—Bueno —aceptó, asintiendo—. Déjame hablar con él.

—No, no, no —negó, pensando en otra excusa—. ¿Sabés por qué? Porque yo ahora me voy caminando, acá a dos cuadras, que están unidas y él me va a buscar por ahí.

Lo miró más de tres veces, intentando ver si le creía en aquellas miradas fugaces, delatando que después de todo tenía poco talento para mentir. El entrenador exhaló, no muy convencido, para después recostarse y observarlo.

—Mira, Danilo —comenzó con calma—. A mí verdaderamente me interesa que vos sigas viniendo acá —Danilo lo observó, procesando sus palabras—. Vos podés ser un gran jugador —una sonrisa casi imperceptible creció en su rostro, le encantaba que la gente se diera cuenta de su único talento—. Con un poquito de trabajo, estás para la Primera —sus cejas se levantaron al escuchar eso—. Pero te tenés que cuidar... No alcanza con solo talento para llegar... —Sánchez rió ante sus palabras—. Tenés que estar bien de acá —señaló su cabeza—. Tenés que ser perseverante, constante... Eso es lo que te falta a vos —lo observó un momento—. Si vos me dejás, te voy a ayudar —señaló su brazo con su mentón para después comenzar a alejarse, respetando su decisión—. Dale, hacete ver eso... ¿Me lo prometés?

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora