XLIX

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—Che, Joako —saludó Danilo chocando las manos con el chico de mechas rosadas, quien le devolvió una sonrisa y asintió con la cabeza—. Necesito hablar con vos.

—¿Querés más merca? —preguntó Joaquín mientras se apartaban del grupo de amigos de Danilo—. Me llegó algo nuevo, boludo, te va a re gustar, te lo juro.

Danilo pareció pensarlo por un momento, pero luego suspiró y negó con la cabeza varias veces, desconcertando a Joaquín. Este último frunció el ceño, sintiéndose incómodo; últimamente, sus encuentros eran solo para vender, pero algo en la actitud de Danilo le pareció extraño, así que dudó en preguntar.

—¿Cómo puedo dejar esto? —la pregunta de Danilo desconcertó a Joaquín, quien frunció aún más el ceño—. Quiero salir.

—¿Por qué te metiste en esta porquería si sabías que ibas a querer salir? —preguntó Joaquín de forma brusca—. Entrar es fácil, supongo que deberías haber sabido que te costaría un montón salir.

—La otra vez escuché que Mario se murió por dejar... se ahogó con su vómito, creo —confesó Danilo, visiblemente temeroso—. No quiero morirme yo.

Joaquín soltó una carcajada al escuchar esas palabras salir de la boca de Danilo. Para él sonaba tan gracioso, ya que él mejor que nadie sabía en qué se estaba metiendo.

—Qué heavy todo eso —se burló Joaquín, negando con la cabeza—. Tenés que tener cuidado, es más un tema psicológico eso, ¿entendés? Es dependencia... ¿Me seguís?

Danilo asintió, comprendiendo las palabras de Joaquín.
—¿Cómo puedo dejarlo? —preguntó nuevamente.

—Mirá, flaco, no te creas que sé mucho sobre eso de dejar la droga —respondió Joaquín, rascándose la cabeza—. Pero puedo darte algunos consejos, ¿qué sé yo? Primero, tenés que cortar de una con todos los que te joden con la merca, cortarles el mambo de entrada, ¿entendés? —se encogió de hombros—. Después, buscá algo que te distraiga, que te mantenga ocupado y la mente en otro lado, boludo —chasqueó la lengua recordando algo—. Y lo más importante, buscá ayuda de un profesional, alguien que sepa cómo sacarte de este quilombo.

Danilo escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra del chico. La preocupación se reflejaba en su rostro, y cuando Joaquín terminó de hablar, Danilo no pudo evitar acercarse un poco con terror.

—¿Me voy a morir? —preguntó Danilo con la voz temblorosa, mirando a Joaquín con ojos suplicantes.

El de rizos le dio dos golpecitos en el hombro y negó con la cabeza.

—No sé, pibe, capaz recaigas otra vez, pero morir no creo —respondió sinceramente—. Solo tenés que poner garra y salir adelante, ¿entendés? No es fácil, pero tampoco imposible.

—¿Vos decís? —preguntó Danilo, buscando confirmación en la expresión de Joaquín, quien asintió con la cabeza—. Gracias, che, posta.

—¿Por qué la querés dejar? —se atrevió a preguntar Joaquín.

—Martina —respondió Danilo, viendo cómo una sonrisa se dibujaba en el rostro del otro—. No quiero perderla por esta mierda.

—Yo pensé que ella te bancaba en esto —confesó Joaquín—. Se te notaba, loco.

Danilo suspiró y pasó su lengua por los labios, desviando la mirada hacia los costados donde estaban unos pibes tirados descansando, todavía con rastros de polvo en la cara y las manos.

Joaquín se recostó sobre el hombro de Danilo y observó en la misma dirección, luego volvió a mirarlo, esperando algo más que una simple mirada. Quería saber si su voluntad era más fuerte.

RESCATATE | Danilo Sánchez | Matías RecaltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora