Epílogo: Diecisiete Años tras la muerte de Aang

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—Korra, tienes que empezar a meditar más seriamente y tratar de entablar algún tipo de relación con el mundo espiritual. —Tenzin reprendía al Avatar, que solamente quería volver a entrenar el dominio del fuego.

—¡Es muy aburrido y no logro nada! —Se quejaba Korra.

—Seguro que podéis tener esta conversación sin gritar. —La voz de Zuko, que bajaba las escaleras hacia los exaltados maestros, pareció terminar esa conversación.

Su hijo, Tenzin, había acudido a la capital de la nación del fuego para tratar de ayudar en los avances espirituales del avatar, aunque Zuko no pensó que fuese necesario.

—Tienes que ayudarla, no frustrarla más.

—¡Pero padre! ¡El Avatar es el puente al mundo espiritual!

Tenzin era el pequeño de los cuatro niños que hacía cincuenta años él y su esposo Aang habían adoptado: Bumi, Kya, Izumi y Tenshin. Tres hermanos huérfanos: una maestra del agua y dos niños sin control de ningún elemento. Bumi demostró ser un fiero luchador. Izumi llegó a ellos de bebé, resultó ser una maestra del fuego excepcional.

Pero Tenzin, fue un misterio. Aang siempre le dijo que el universo buscaría el equilibrio entre los maestros y ese niño fue parte del equilibro, un día despertó en él el control del aire. Y en cientos de niños por el mundo, ahora el templo del aire de ciudad república era donde los maestros se formaban.

—Deberías hacer caso a tu padre, Tenzin. —El Avatar le sacó la lengua al maestro del aire y este le azotó con una corriente de aire.

Zuko veía mucho de Aang en Korra.

—Korra, eres una gran luchadora. —Empezó Zuko a decir mientras tomaba asiento en uno de los bancos más cercanos a los maestros, ya tenía una edad y su bastón no era suficiente apoyo, más a esas horas de la tarde con todo el día a sus espaldas.

—¡Gracias!

—Y al igual que Aang eres cabezota, impulsiva, bocazas, confiada-

—¡Ya vale hombre! — El rostro de Korra había comenzada a encenderse.

—Pero —continuó Zuko— a pesar de que Aang dominó su conexión espiritual, no tenía tu destreza en el dominio de los elementos. Cada Avatar necesita encontrar su propio equilibrio.

Aquello pareció calmar a Korra que tomó una larga bocanada de aire.

—No me gusta sentir que fracaso, y noto eso siempre que medito. —Confesó la joven Avatar.

—Korra, meditar no es parte de una victoria —ahora Tenzin parecía entender mejor a la joven— es para conocerse, y en tu caso, para conocer tus otras vidas.

—Todos dicen que soy un fracaso espiritual.

—Avatar Korra —Zuko volvió a reclamar su atención— ser el Avatar supone que la gente espere cosas de ti, que te pidan una responsabilidad, pero también implica volver a aprender ese deber. Vas a cumplir dieciocho este año, te quedan muchos años para aprender que será ser un Avatar para ti. —Zuko sonrió al notar como los ojos de Korra se humedecieron— Estoy deseando ver cómo serás, Avatar Korra.

—¡Zuko! —La joven Avatar estaba abrazándolo con fuerza, arrodillada delante de él. Esa niña había sido siempre muy sensible. — Eres el mejor.

—Niña, solo he dicho la verdad. —Zuko comenzó a acariciar el cabello de la joven a la espera de que esta se calmara. — No dejes de meditar, un día ese equilibrio llegará y los espíritus te dirán algo que necesitarás escuchar.

—Vale, gracias Zuko.

—Gracias papá. —Le dijo Tenzin cuando Korra volvió a unirsele para tratar de meditar.

Izumi llegó minutos más tarde, había estado buscando a su padre y cómo siempre lo encontraba cerca del Avatar. Su hija, la nueva Señora de Fuego había adiestrado a Korra en el dominio, se había convertido en una nueva hermana para ella.

—Papá, quería que viniese a la reunión con el consejo de ciudad república. — Le anunció Izumi por lo bajo para no molestar la meditación de su hermano y Korra.

—Claro, si me necesitas allí estaré.

Pero ninguno se movió, siguieron observando a los maestros como hacía años hacían cuando Aang enseñaba a Tenzin.

Aang. Casi veinte años habían pasado desde que sus hijos y él lo vieron marchar. Ahora ayudaban a otro Avatar a encontrarse a sí misma, no había gustado nuevamente que Korra se hubiese visto unida al reino del fuego; pero su familia parecía destinada a vivir con el Avatar.

A veces, cuando Korra sonreía o se escapaba de su entrenamiento veía la sonrisa de Aang en ella. Sus hijos habían malcriado en ocasiones a Korra, tal vez debería de haber puesto orden, pero no podía.

Esa Avatar tenía que disfrutar de su infancia, adolescencia y adultez como muchos otros no pudieron.

A veces, veía a Aang en sueños, hablaban lo que le parecía que eran días. Había aprendido hacía muchos años a seguir el camino correcto y cómo distinguirlo, no se alejaría ahora de él.

—Papá. —Volvió a susurrarle Izumi, debían de ponerse en marcha.

—Ya voy.

Su hija la ayudó a ponerse en pie y cuando estaban pasando al lado del Avatar pudo ver a Korra espiarlos con un ojo abierto, esa joven iba a ser un enorme dolor de cabeza para su hijo.

Pero todos lo Avatares eran un dolor de cabeza.

FIN

Avatar: Compañeros de LeyendaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora