Capítulo 3

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—Señor Klaus— dijo una sirvienta acercándose—. ¿Quiere comer algo? Ha estado aquí toda la mañana.

Klaus se detuvo a verla, era una señorita delgada y pequeña. Debía ser ayudante de cocina por el delantal que se cernía sobre el vestido.

Dejó por unos segundos de limpiar el coche. Con un trapo lo había estado dejando lustroso desde la mañana. A los ricos les gustaba tener un brilloso vehículo.

—Bueno, gracias—dijo y dejando el trapo siguió a la graciosa chica, cocinas adentro. Allí montones de criados iban y venían, llevando platos en bandejas y limpiando los suelos. Que vida, realmente me siento afortunado de ser el cochero. Mentira, no pude caer más bajo. Por Loris misericordioso, parece que me han escupido del cielo.

—Aquí tiene, unas galletas ¿quiere leche? —le acercó una bandeja con galletitas pequeñas, parecían bizcochos de manteca.

—No, gracias. Con esto es más que suficiente— agradeció sonriendo.

—Espero que le gusten señorito— le dijo una señora regordeta con una espátula en la mano—. A todos los demás le gustaron esta mañana mientras desayunaban. Mi comida es un abrazo al corazón de todos. —Qué segura de sí misma.

—Seguro que me gustarán, gracias.

Comió un par de galletas de un bocado, la noche anterior no había cenado y no tuvo momento de desayunar antes de partir a su nuevo empleo. Las galletas estaban estupendas y calmaron su hambre creciente.

—Así que eres el nuevo cochero de la señorita— dijo la cocinera.

—En realidad no sé de quién soy el cochero—confesó—. Solo me dijeron que me quedara aquí a esperar nuevas órdenes.

—Espero que disfrute del trabajo, el conde es un buen hombre y nos trata amablemente. —Menos mal.

La cocinera terminó de usar la espátula y procedió a amasar la masa espesa. ¿Un pan tal vez? La chica pequeña pasaba un trapo por la encimera y un muchacho vestido de traje iba y venía con unas bandejas de comida. Klaus corroboró la hora en su reloj de bolsillo, herencia de su padre. Era la hora del almuerzo, probablemente lo que preparaba la cocinera fuera para el té de la tarde. Unos postres que se le antojaron de chocolate, fueron puestos en las bandejas y el chico desapareció por la puerta.

Eso sí se le antojaba. ¿Cuánto hacía que no comía chocolate? Si sobraba tal vez le ofrecieran un poco.

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Anna se esmeró en prepararla para el baile presentación que se celebraría esa noche. La modista había asistido con el vestido, de exquisita tela. Era un deslumbrante traje de seda en tonos dorados y plateados, con delicados detalles de encaje que resaltaban la belleza natural de Elke. El escote era un tanto bajo pero no era que Elke tuviera mucho para mostrar, asi que no se preocupó por el detalle.

Se contempló en el espejo, se veía como una princesa y eso era claramente lo que intentaban demostrar con la bellísima ropa.

Negó con la cabeza pero Anna insistió.

—Resaltarás entre las demás, este vestido es exquisito.

—Ese no es el tema, no estoy segura de querer destacar. Sé que dije que lo intentaría, pero si llamo demasiado la atención tendré que hablar con mucha gente y no sé hacerlo— confesó.

—No sea tonta, mi niña.

Con destreza, la criada alisó cada arruga y ajustó los lazos a su espalda, para asegurarse de que todo quedara en su sitio y deslumbrara perfección. Cada detalle importaba y Anna estaba decidida a que Elke se presentara impecable ante la realeza y los invitados.

Trono de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora