Capítulo 35

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Karl recorría los pasillos del palacio camino a la capilla. Su estado reflexivo pintaba un cuadro sombrío de la situación. Su caminar ensimismado reflejaba la carga mental de los eventos que estaban ocurriendo a su alrededor. La inquietud en la nobleza, la creciente lista de muertos y las familias que ya habían anunciado su negativa a asistir a la boda eran indicios claros de un reino al borde del colapso.

La guerra inminente y las revueltas internas le daban la sensación de que todo estaba desmoronándose a su alrededor.

Tenía anhelos de paz y armonía, solo un poco de estabilidad y felicidad en el ámbito personal.

Aunque estaba inmerso en un contexto de guerra y revueltas, se descubrió deseando un hogar tranquilo y momentos felices con Elke.

En la iglesia lo esperaría el sumo sacerdote para realizar un ensayo de la boda, que se celebraría al día siguiente. Ya no faltaba nada, estaba ahí, próxima.

No sabía lo que Elke pensaba de todo, hacía días que no hablaban y él no quería abrumarla aunque sabía que ella se había enterado de todo. Las revueltas se quedarían fuera, no podían llegar hasta ellos y sin embargo le preocupaba mucho que lo sorprendieran en la boda, ese día especial. Por eso había blindado el palacio de soldados. Los rebeldes tal vez podrían ingresar pero ya no saldrían.

—Karl— lo llamó Elke desde la entrada a la capilla—. El señor muy amable me estaba explicando lo que tenía que hacer.

A su lado, el ayudante del sumo sacerdote le daba indicaciones.

—Mi señor— dijo al ver al príncipe, haciendo una reverencia. Karl la aceptó en un leve movimiento con la cabeza y luego se dirigió a la chica.

—Te ves muy hermosa hoy— ella se sonrojó tan deliciosamente que no pudo evitar sonreír.

—Mi señor, acompáñeme por favor— le indicó el ayudante señalando el interior de la capilla y Karl lo siguió.

El interior de la capilla pintaba un cuadro de opulencia y grandiosidad. El oro y las estatuas contribuían a una atmósfera majestuosa, mientras que las columnas y las sillas proporcionaban una estructura arquitectónica impresionante. La disposición de las sillas a los lados para los invitados y el altar al frente eran una disposición clásica y ceremonial.

Karl tendría que esperar a Elke junto al altar, aguardar en silencio.

Mientras estaba de pie, rodeado por la ostentación de la capilla, la expectativa de la llegada de ella para unirse a él en unión matrimonial resonaba en el aire. Miraba hacia atrás esperando verla venir pero nada lo preparó para lo que sintió cuando ella entró al recinto. No pudo evitar sonreir, sonreir tontamente. Estaba allí al final del camino esperando a la chica que lo acompañaría el resto de su vida y por primera vez en mucho tiempo se sintió emocionado.

Elke lo miraba cómplice, no sabía si ella sentiría lo mismo pero tenían toda una vida para averiguarlo.

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Karl la esperaba junto al altar, avanzó rápido pero el ayudante le indicó que lo hiciera más despacio. Ella solo quería acabar con eso. Que nada de lo que pasaba, pasara. Pero ya era tarde. Estaba a un paso de dar el sí y Klaus no la había vuelto a contactar, no sabía si aún contaba con la promesa de que detendría la boda justo a tiempo. En partes iguales eso le preocupaba, era una hazaña peligrosa y no quería que Klaus terminara mal, mucho menos por su culpa.

Tomó coraje y llegó al altar. Karl sí estaba feliz, se veía en su cara.

Mientras el sumo sacerdote pronunciaba las palabras comenzó a imaginar futuras alternativas. Tal vez podría huir una noche por la salida de la servidumbre, escapar y nunca más regresar. Su mente no dejaba de divagar mientras Karl le daba el beso final de la ceremonia. Ojalá este sea el último, pensó. Se tomaron de las manos y salieron de la capilla. ¿Eso era todo? No comprendió por qué tenía que ensayar, lo que le molestaba era tener que repetirlo y con suerte no tendría que hacerlo.

—Me estás pidiendo mucho— decía Listraus en la habitación junto a Klaus.

—Tienes que decidirte, Listraus. ¿Estás con nosotros o no? —intimó Klaus.

—Si, si, pero esto es mucho... —caminaba en círculos por el cuarto.

—Listraus, yo estaré en la capilla, en medio de la gente que ingresa al lugar. Necesito que estés aquí y abras la puerta al segundo grupo.

—¿Por qué no entran todos juntos contigo? —espetó un nervioso Listraus.

—Porque no hay espacio para todos en la capilla y que haya gente dando vueltas se verá sospechoso. Será solo cuestión de minutos, abres la puerta y sigues haciendo lo tuyo. De cualquier manera, mañana las cosas cambiarán para todos, yo que tú comenzaría a buscar un nuevo empleo.

Listraus se encogió de hombros y finalmente asintió.

—Si todo sale bien, llévame contigo— pidió.

—Tienes mi palabra.

Klaus observó cómo Listraus se perdía entre los pasillos del palacio, dedicándose a sus labores. Concentrándose en su propia tarea, Klaus había ultimado los detalles con Vik para la misión crucial que se avecinaba: infiltrarse entre los nobles durante la boda.

El siguiente día, la capilla sería testigo de un evento que cambiaría el rumbo del reino. Su misión era clara: ocupar un asiento entre la nobleza, esperar la señal de Vik y, al alzarse todos en acción, sumarse al tumulto.

Sin embargo, Klaus tenía agendas personales más allá del plan de Vik. En medio del caos planeado, él buscaría asesinar al príncipe y, con suerte, escapar con Elke. Mientras reflexionaba sobre la complejidad de sus propios planes y la incertidumbre que se avecinaba, Klaus se sumió en pensamientos profundos. Pensó en Elke y en su futuro juntos. Se pasó toda la tarde tirado en la cama imaginando lo que harían juntos, hasta que llegó la noche y el sueño pudo con él.

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