Capítulo 5

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Había permanecido en el coche, esperando. No estaba con ganas de transportar a nadie, y no sabía por qué. Habría renunciado en aquel instante de no haber sido porque necesitaba el trabajo. Es más, lo pensaba y no podía entender porqué estaba tan molesto.

Había sido una buena velada, hasta que apareció el príncipe y la proclamó princesa. ¿Eso era lo que le molestaba tanto? ¿Pero qué se creía? Por Loris, soy un idiota. Era solo un cochero y ella una condesa que próximamente se casaría y sería princesa. En ningún planeta conocido ellos dos podrían mezclarse. Estaba estipulado desde siempre. Eran diferentes, no pertenecían al mismo mundo, ya era hora de dejar de soñar.

El baile parecía haber terminado, la gente comenzaba a salir del palacio. Las damas con sus voluptuosos vestidos y los caballeros en sus trajes de gala abandonaban el lugar en sus carros. Se preparó para que Elke subiera al suyo, la vio a lo lejos de la mano del príncipe. Hablaban tranquilamente y no alcanzaba a oir lo que decían. Ella tiró de su mano y se acercó a Klaus.

Klaus abrió la puerta para dejarla entrar y el príncipe le dirigió una mirada amenazadora.

—Asegurate de que llegue a su casa a salvo—le dijo y se alejó entre la gente. No me reconoció. O es muy tonto o relamente desprecia tanto a los míos que no les presta atención.

¿Quién era él para decirle qué hacer? Si, el príncipe, su príncipe. No, Klaus no obedecía a ningún príncipe.

—Klaus, ¿qué te ocurre? —preguntó ella asomada a la ventanita de adelante, una vez estuvieron en camino.

—No me ocurre nada, princesa— enfatizó mucho en "princesa" —. Pronto no seré más tu cochero y podrás hablar del mundo con alguien más.

—¿Hice algo para enojarte?

Klaus no quería estar enojado con ella, sabía que no tenía la culpa de nada. Era todo problema suyo, él y sus tontos sentimientos vacíos.

—No, no hiciste nada. Discúlpame.

—Que sepas que yo quiero conservarte como mi cochero personal —dijo sonriendo.

—¿Por qué harías eso?

—Porque me gusta hablar contigo. —A él se le dibujó una sonrisa. No estaba preparado para eso, pero le agradó oirlo.

—Sabes, hay muchos sitios que me gustaría enseñarte. ¿Crees que podrás escabullirte del palacio alguna vez?

Ella lo miró. Parecía no saber qué responder.

—Tenemos que armar una estrategia— dijo notando su indecisión.

—¿Y cómo es eso? —quiso saber ella.

—Tiene que haber una manera en la que podamos comunicarnos.

—Yo puedo venir a verte al carro—dijo ella con sencillez.

—¿Por qué la princesa saldría a ver al cochero? —puso en duda. Y se hacía a sí mismo la misma pregunta.

—No lo sé, ¿para tomar aire? Para viajar, podría visitar a mi familia.

—No creo que viajes mucho y dudo que salir a tomar aire te habilite a hablar conmigo—objetó él—. Además saldrías con tus damas de compañía en cualquier caso y dudo que puedas hablarme en secreto. Y no estaré a todas horas frente al palacio.

—Tienes razón— pensó ella rebuscando ideas frescas—. Tal vez podrías enviarme una carta de parte de mi tía abuela Rosanelda. Explicándome el día y el horario, nadie sospechará.

—¿Esa tía existe siquiera? —Rio.

—Si, pero ya se murió. De cualquier manera no estarán mis padres para constatar eso.

—¿Segura que quieres correr el riesgo? —la tentó. Sabía que si los descubrían les iría muy mal, en especial a él. Pero no le importaba realmente. Su vida era un desastre ultimamente y no tenía nada que hacer mas que dejarse llevar por lo que fuera que aconteciera.

—Klaus, nunca me había sentido tan viva como esta noche contigo— había sinceridad en sus palabras. Él se sintió satisfecho. Quería indagar más, ver lo que pasaba con ellos. No estaba preparado para soltarla tan rápido.

—Entonces la tía Rosanelda tendrá que funcionar.

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Elke asomó la cabeza por la ventanilla, riendo. Corría un viento fresco , lo suficiente para que pudiera aclarar sus pensamientos. Esa noche había sido todo un descubrimiento para ella. Empezando porque era casi la primera vez que abandonaba su casa. Había conocido a Klaus, un impertinente hombre con aires de libertad y algo en él la atraía. Y fue elegida princesa, ya no dormiría en su cama ni vería a sus padres en la mañana. Era excitante pensar que ahora corría por su cuenta y también muy aterrador. Pero estaba Klaus, a él nada parecía importarle y le daba aliento a seguir adelante. La impulsaba a hacer cosas indebidas y eso le producía una adrenalina que nunca había sentido. Era un poder curativo, un alivio para su alma.

El coche se detuvo frente a la mansión Von Baden.

—Te veo en la mañana, Klaus— dijo sonriendo—. Y gracias.

—¿Gracias por qué?

—Por acompañarme hoy.

Trono de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora