Capítulo 36

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El pasillo del palacio se estiraba ante Karl, quien avanzaba con determinación. Las noticias recientes pesaban en sus hombros, noticias de derrota y el avance inexorable de Basenhow hacia su reino. La perspectiva de la guerra se cernía amenazadora sobre él.

Consciente de la terquedad de su padre, Karl se armó de valor. A pesar de la solemnidad del momento, estaba decidido a persuadir a su progenitor de la gravedad de la situación. La boda ahora parecía un lujo frente a la inminencia del conflicto, y Karl sabía que debía abordar esta situación con la seriedad que merecía.

—Tu padre está ahora en una reunión muy importante— le dijo un ministro fuera del despacho del rey—. Por favor, regresa más tarde.

—Hazte a un lado— profirió amenazante Karl mientras se hacía paso entre el ministro y la puerta. Dentro, su padre discutía sobre los preparativos de la fiesta. ¿Eso era tan importante? Karl se sintió impotente.

—Padre, debemos cancelar la boda— el rey amago con protestar pero Karl lo calló—. Y antes de que digas nada, Basenhow viene a nosotros.

—¿Sabes cuándo será eso? —preguntó el ministro.

—No, tal vez hoy o mañana o la próxima semana. Pero eso no importa, tenemos que defendernos.

—Basenhow no es nada comparado con nosotros— espetó el rey—. Déjalos que vengan y ya verán con lo que se enfrentan.

—Esto no es cuestión de orgullo, padre. Todo un reino depende de tí.

—Y nos defenderemos. Ahora si me disculpas, estamos ultimando detalles para la fiesta de esta noche. Mas te vale ir arreglandote, no quisiera un príncipe descuidado— la voz del rey era determinante.

—¿Tan poco te importamos? —se exaltó el príncipe.

—Ya.Retírate— el rey se puso de pie y con gestos efusivos le dijo—. ¡No cancelaré esta boda ni ahora ni nunca!

La sensación de derrota envolvía a Karl, penetrando su ser con una amargura que iba más allá de las palabras. La figura de su padre, que una vez representó liderazgo y sabiduría, ahora se desmoronaba ante él como un testamento de necedad. La decepción y el desconcierto luchaban en su interior mientras se preguntaba cómo podía haber sido criado por un hombre que parecía tan ajeno a la realidad.

La impotencia lo envolvía, incapaz de cambiar la perspectiva obtusa de su padre. Cuestionaba su lealtad al reino y, en un atisbo de desesperación, consideraba la posibilidad de huir con Elke para protegerla del inminente desastre. Aunque le pesaba la idea de ser percibido como un cobarde, las circunstancias le empujaban hacia una elección que, de otra manera, hubiera rechazado de plano.

Caminó con los hombros rendidos hasta su habitación donde se dejó caer en el colchón, mirando el techo de su cama. Las pequeñas marcas que había hecho sobre la madera cuando era adolescente le provocaron una sonrisa. Escritos en lengua ladeana para que nadie pudiera leerlos, él apenas podía recordar lo que decían en ese momento. De repente se sentía en casa, en un lugar seguro de sus recuerdos.

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Elke, en la antesala del gran acontecimiento que definiría su futuro, se lamentaba. Mientras la modista ajustaba los últimos detalles del ostentoso vestido de novia, ella se veía envuelta en una mezcla de emociones. El vestido, prístino y elegante, caía en suaves pliegues hasta el suelo, con los hombros delicadamente al descubierto.

Una fina gargantilla, adornada con flores y hojas, colgaba con gracia de su cuello, añadiendo un toque de delicadeza al conjunto. La parte frontal del vestido estaba hábilmente decorada con incrustaciones que imitaban la naturaleza, una elección que reflejaba su conexión con la libertad y la vitalidad que la ceremonia de la boda parecía amenazar.

La falda, aunque no exageradamente ancha, estaba compuesta por capas y capas de tela que requerían una delicada maniobra para entrar en ellas. Mientras la modista trabajaba meticulosamente para asegurar que cada detalle estuviera en su lugar, la mente de Elke estaba en otra parte.

La tensión se acumulaba conforme se acercaba el momento de decir "sí". A pesar de su aparente serenidad, Elke lidiaba internamente con la idea de casarse, un acto que representaba no sólo la unión con Karl sino también una atadura a las convenciones y expectativas que pesaban sobre ella.

Su sonrisa mostraba una imagen de conformidad, pero en el fondo, anhelaba la libertad y se preguntaba si su vida realmente le pertenecía. Este vestido, con todos sus detalles exquisitos, parecía ser una especie de armadura que debía usar para enfrentarse a un destino que no había elegido.

Así, entre el lujo del vestuario y la carga de las expectativas, se encontraba en el umbral de una nueva etapa de su vida, cuestionándose el precio que estaba a punto de pagar por la estabilidad y la seguridad que se esperaba de ella.

Miró a un lado y vio a Lena, de pie, con una sonrisa tranquilizadora.

—Todo va a estar bien— le dijo y Elke sonrió asintiendo—. Ten confianza.

Confianza, su amiga fantasma le daba esperanzas sobre Klaus, una esperanza que llevaba semanas perdida. No sabía nada de él y dudaba que hiciera algo por ella. Fue solo un sueño, uno agridulce. Lo cierto era que se casaría con el príncipe y su vida terminaría allí.

La modista salió de la habitación y Elke respiró un poco más. Su presencia le incomodaba y ella solo quería correr y que nadie notara sus sentimientos. Solían confundirlos con nerviosismo y eso le venía muy bien.

—¿Has sabido algo de él? —preguntó tratando de verse indiferente.

—No está en su habitación, lo siento.

—¿Pero ayer? —Elke suspiró llena de decepción.

—Lleva días sin dormir aquí. No sé donde está. De verdad lo siento, Elke— se acercó despacio y con una sonrisa—. Pero mira, Karl no es una mala opción, sin duda es la que yo eligiría.

—Pues es todo tuyo.

—Vamos, cariño— se sentó a su lado y puso la mano sobre las suyas—. Verás que todo sale bien.

Elke giró la cabeza mirando al vacío y se dejó ir. Se perdió en su mente y esperó. La espera de lo inevitable.

Salió de la habitación y caminó por el pasillo haciendo malabares para no tropezar con el vestido. Despacio, un pie tras otro la llevaron a la barandilla donde pudo ver entrar a toda esa gente elegante que estaba invitada a la boda. La mayoría miraban el lugar con rostros de admiración y solo unos pocos ingresaban como si fuera su casa. Buscó la cara conocida, ingenua pensando que Klaus estaría allí entre los invitados.

¿Por qué lo había conocido? Se maldecía a sí misma por haberse confiado de un extraño. Promesas de libertad, era lo que él le había dado y a ella le gustó tanto eso que lo siguió, lo amó.

Ahora estaba sola, como siempre lo había estado. Klaus no sería más que un recuerdo... pronto.

Resignada, caminó de regreso a su habitación, a esperar que fueran a buscarla para la ceremonia.

Dos guardias que hacían la ronda se sorprendieron a verla y con cuidado la escoltaron.

—No es seguro que deambule sola, señorita —le dijeron y señalaron el camino. Ella solo asintió y caminó, en silencio y cabizbaja. Como quien camina hacia su propia muerte.

Trono de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora