Capítulo 10

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Mark también estaba en la mansión de Lukien. Los tres habían sido siempre amigos y tenían conversaciones de política y filosofía desde jóvenes. Pero ahora, con la guerra venidera y con todo lo que conocían a riesgo de perderse, los tres evocaban su tiempo a planear estrategias para luego presentarlas ante el rey.

Bien era sabido que Karl no era un as en política, pero sí sabia mucho sobre guerras. Lo había estudiado desde casi un niño y le era fácil proponer nuevas cosas a implementarse.

Hasta el momento el rey solo lo había escuchado sin implementar ninguna de las medidas sugeridas. A su ministro de guerra le gustaba siempre contradecirlo. Karl estaba prácticamente al mando de una porción de ejército, la otra parte estaba delegada solo a decisiones de su padre.

Él necesitaba tener todo de su parte si planeaba actuar, como siempre insistía. No era precisamente partidario de la guerra, creía que momentos como los que estaban viviendo, requerían de una acción en conjunto, una alianza con otros para imponerse a la amenaza.

Esa tarde, Lukien lo había llamado porque tenía noticias.

—Siéntate por favor—insistió. Mark ya lo esperaba en su sitio frente a una mesa llena de papeles.

—Dime qué pasa, me preocupas al llamarme tan a prisa.

—Es que me he enterado que las tropas de Basenhow van camino a nuestro punto de control en Kily.

—Está bien— dijo el príncipe—. Pero tenemos soldados allí defendiendo. Hay defensas.

—No los suficientes— agregó Mark—. Mi contacto me dice que al menos dos mil hombres están en camino.

—¿Dos mil hombres? ¿Para asaltar un puesto de intercambio? Tenemos cuando mucho un pelotón de quinientos soldados y un gran cargamento de armas que planeábamos enviar a Skarlien como ayuda antes de que fuera golpeada.

—¿Crees que van por nuestras armas? —preguntó Lukien preocupado.

—No solo eso— siguió Karl revisando el mapa mentalmente—. Es un punto estratégico si deciden asediar y eventualmente atacarnos. ¿Tú contacto es el mismo de la otra vez? —se dirigió a Mark—. Porque en aquel momento dejó mucho que desear.

—Me aseguró al cien por ciento que era cierto. Y tampoco es que haya dicho algo muy fuera de sitio. Sabíamos— insistió—, que esto iba a pasar tarde o temprano.

—Siempre pensé que irían por el Reino del Manto Azul primero— pensó Karl en voz alta—. Están más cerca y es una ciudad más pequeña, más fácil de conquistar.

—Pudieron con Skarlien—recordó Lukien—. Y ellos eran tanto o más importantes que nosotros. No creo que les ocasionemos mucho problema si no hacemos algo para evitarlo.

—El rey tiene que saber de esto— dijo Karl poniéndose de pie vigorosamente—. ¿Cuándo dices que atacarán?

—Mi contacto no lo sabe— contestó Mark—. Puede que lleguen el viernes o el sábado.

—¿Tan pronto?

—Me temo que sí.

—Daré aviso, pero es imposible que nuestras tropas lleguen antes del domingo, cuando mucho. El consejo de guerra tiene que saber lo que está pasando. Mark— se dirigió a él—. Ven conmigo, necesitaré todo el apoyo que pueda para que me escuchen. De momento todos están tranquilos, ninguno ve una amenaza real.

—Eso tendrá que cambiar o estamos perdidos.

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La cena fue deliciosa, casi no habló. Nadie le dirigió la palabra. Tanto Karl como el rey, no estuvieron presentes. La reina en tanto estaba absorta en sus propios pensamientos. No supo de Karl en toda la cena, pensó que tal vez estuviera en la biblioteca, leyendo alguno de los libros que tanto le gustaban. Eso esperaba ella. Por favor que no esté en su habitación, o estoy perdida.

—Si me disculpas— se puso de pie viendo la hora en el reloj del salón comedor. Eran las ocho, tendría que apurarse.

—Ve, cariño— contestó la reina y ni siquiera la miró cuando salió del salón y se dirigió a la puerta de la habitación del príncipe. Lena estaba allí, esperándola.

Sabía lo básico, no quería ser descubierta por lo cual debía ser sigilosa y discreta. Lena se deslizó a través de la puerta para verificar que el muchacho no estuviera dentro. Después de unos minutos de incertidumbre regresó y asintió, indicando que el camino estaba despejado.

Con pasos silenciosos, Elke entró en la habitación. Miró a su alrededor, consciente del peligro que corría. Caminó hacia el guardarropa, donde las prendas del príncipe estaban cuidadosamente guardadas. Sabía que debía ser rápida.

Sus ojos se deslizaron entre la ropa, buscando algo que pudiera servirle. Finalmente encontró una camisa de tela suave y un pantalón que parecían lo suficientemente modestos para su propósito. Con manos temblorosas por la emoción, tomó las prendas y las sostuvo contra su cuerpo para evaluar si le quedarían bien.

—¡Ya viene! —exclamó Lena entrando en la habitación, unos pasos en el pasillo corroboraban su apuro. Elke comprendió al instante en el lío en que se había metido y su corazón latió con fuerza mientras buscaba una rápida solución—. ¡Bajo la cama! —señaló Lena y se deslizó debajo de ella, donde las sombras le brindarían un refugio temporal. Lena la ayudó a ocultar todo el vestido, para que no sobresaliera de la cama.

Pocos segundos después, la puerta de la habitación se abrió y Karl entró. Oh no, me olvidé de cerrar la puerta del guardarropas, pensó Elke asustada. Contuvo la respiración mientras escuchaba los pasos de Karl recorrer la habitación.

Mantuvo los ojos cerrados y la respiración controlada mientras esperaba que Karl se alejara de la cama. Sentía como el corazón le latía golpeándola en el pecho, consciente de lo cerca que estaba de ser descubierta.

Karl, ajeno a ella, comenzó a moverse por la habitación, probablemente buscando algo. Se acercó al armario y cerró las puertas. Se quedó quieto en el mismo sitio, pensando y buscando con la mirada algo que no encontró.

Karl se alejó hacia la puerta, pasando primero por su escritorio. Tomó algunos papeles y salió del cuarto.

La tensión en el cuerpo de Elke comenzó a disminuir lentamente. Dejó escapar un suspiro de alivio y se arrastró fuera de su escondite.

Con las prendas en sus manos salió de la habitación lo más rápido que pudo. Cerró con cuidado y caminó a paso apresurado por el corredor hasta su habitación. Nadie la había visto, o eso creyó.

Segura en su habitación, procedió a quitarse el vestido, Lena la ayudó en los botones de la espalda y a quitarse los enormes pantaletas que le hacían de ropa interior, ellas no entrarían dentro de los modestos pantalones que tenía que ponerse. Se dejó debajo el corsé y arriba vistió la camisa que le quedaba holgada. Es de noche, debe hacer algo de frío. Se puso una pañoleta sobre los hombros. Desentonaba un poco pero no tenía otra cosa que ponerse. Peinó su pelo en una trenza. Le dio algo de trabajo, su pelo rebelde no quería trenzarse.

Antes de la cena se aseguró de avisarle a Anna que esa noche no se presentara. Una buena excusa sobre querer estar sola para pensar, la habían disuadido fácilmente. Anna era muy fácil de convencer.

—¿Cómo salgo de aquí, Lena? ¿Cómo llego hasta Klaus?

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